Ficha n°139

Pintando el mundo de azul, el auge añilero y el mercado centroamericano, 1750-1810


Categoria: Libro

Autor: Fernández Molina, José Antonio
Lugar de Publicación: El Salvador
Editorial: Biblioteca de Historia Salvadoreña, Volumen N° 14, Concultura
Fecha: 2003
Breve comentario sobre la obra: Fue necesario esperar más de diez años para beneficiar de una traducción al español y de una publicación de la tesis del historiador costarricense José Antonio Fernández Molina sobre la producción y la comercialización del xiquilite (Indigofera tinctoria), - una planta que entraba directamente en competencia con el pastel (Isatis tinctoria)-, la cual aseguró una cierta prosperidad a la región salvadoreña durante la segunda mitad del siglo XVIIII. Lamentamos mucho el hecho que un trabajo de tanta envergadura, sobre una temática muy sensible y central en esta parte del Imperio Español, haya podido escapar tanto tiempo a la exégesis de los historiadores. Sin embargo, si tenemos en cuenta la calidad general de la edición asegurada por el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte de El Salvador, la excelente actualización de la bibliografía y la gran visibilidad de los gráficos, se puede reconocer que tomar tanto tiempo para publicar un libro da también innegables resultados.
Esta síntesis procede por pequeños toques que nos llevan paulatinamente al corazón de la economía colonial centroamericana. El lector descubre primero una historia de la producción y del comercio del índigo, que ésta insertada claramente en la economía-mundo. Igualmente uno entiende mejor cómo se han creado las condiciones necesarias para el desarrollo de este cultivo en la región salvadoreña. En las colonias británicas y francesas –fuera de la isla de Santo Domingo- el índigo fue una cultura de transición rápidamente reemplazada por productos más rentables como el azúcar, el café o el algodón. A causa de esas economías, apegadas a los mercados europeos más dinámicos, el índigo ya no era más en la segunda mitad del siglo XVIII una cultura de porvenir. De hecho, la región centroamericana se encontraba en una posición privilegiada para tomar el relevo, teniendo en cuenta que al mismo tiempo, la revolución industrial inglesa aumentaba la demanda de tinta de muy buena calidad. De hecho la América central conoce tres a cuatro décadas de « boom », pero al final del siglo la producción de las Indias puso término de manera casi definitiva a esta fase de expansión económica. Mas allá del problema de esta competencia el autor destaca bien la necesidad de considerar las limitaciones locales: mano de obra y tierras cultivables insuficientes, interrupciones del comercio legal por causas de guerras (en particular la de 1796) y epidemias de langosta.
El vínculo con el segundo capítulo se hace casi naturalmente: José Antonio Fernández Molina aborda los problemas provocados por el sistema agrícola organizado con el fin de responder a esta demanda europea de tinte. El lector curioso descubre los secretos del cultivo de la planta y la extracción de la tinta, algunos datos muy precisos y raros sobre el rendimiento de las haciendas, sobre los costos de explotación, con frecuentes y pertinentes balances historiográficos sobre el periodo. Es una descripción minuciosa que insiste sobre el papel central de miles de campesinos, en su mayoría mestizos y pequeños productores o poquiteros que aseguraban de casi dos tercios de la producción de tinta. Esta situación se originaba en la prohibición real hecha a la población indígena, de trabajar en los obrajes por “razones humanitarias”, y sobre todo por el carácter particular de esta planta, que exigía una dedicación constante que los hacendados no eran capaces de garantizar. El autor nos demuestra de paso, discutiendo los argumentos del historiador Héctor Lindo-Fuentes, que la plusvalía extraída de este cultivo no beneficiaba solamente a los grandes propietarios y que tuvo un notable impacto social. A manera de demostración, el autor nos ofrece muchos ejemplos convincentes provenientes de los inventarios efectuados tras el fallecimiento de algunos propietarios (p.106-112); estos ejemplos muestran muy bien que más del 50 % de los ingresos del índigo volvían a los trabajadores agrícolas y a los pequeños comerciantes. Estos últimos surtían diversas mercaderías necesarias a los terratenientes. Para darle mayor peso a su demostración, el autor cita los casos de dos empresarios agrícolas: Antonio de Molina y Gregorio de Castriciones. Estos dos últimos capítulos ponen en evidencia un hecho fundamental: la historia del jiquilite en la región salvadoreña fue sobre todo el estudio del proceso de mestizaje acelerado de las poblaciones indígenas, españolas y africanas, así como el estudio de una « ladinisación » de la población indígena, ya que estos “mulatos” constituían el sector clave de las actividades productivas del índigo.
En la cuarta parte, la región salvadoreña y su índigo son analizados en el contexto más general del comercio centroamericano de la segunda mitad del siglo XVIII, marcado por un crecimiento en los intercambios, a pesar de las limitaciones impuestas por el costo exorbitante del transporte de los mismos, costos inducidos por una geografía, un clima difíciles y por la ausencia de vías de comunicación, es decir de caminos. En ese dominio el autor realiza una minuciosa encuesta basada en registros de aduana, los cuales señalan todas las dificultades encontradas por los comerciantes. De la misma manera, las mercaderías vendidas en las ferias de San Miguel en plena zona de producción del índigo atestiguan del interés que la región suscitaba entre los comerciantes que llegaban de todos los rincones del Istmo, hasta el punto de rivalizar con la poderosa ciudad de Guatemala. Esta misma ciudad es analizada de manera muy general y quizás de una forma demasiado alusiva. Encontramos a esta última ciudad en el capítulo siguiente, cuando se estudia el papel de los comerciantes-exportadores que vinculaban la región salvadoreña al mercado europeo vía Cádiz. Tres grupos bien identificados se reparten el mercado: los representantes de casas de comercio de Cádiz o de empresas comerciales españolas – el comercio de España -, los comerciantes de Guatemala que utilizaban las facilidades de crédito de las casas de comercio de Cádiz, y algunos vendedores independientes. Cada grupo tenía su dinámica propia, y merecería un acercamiento específico que no entra en el contexto de este libro. Sin embargo, el lector encuentra en estas páginas numerosos ejemplos extraídos directamente de las fuentes notariales: en particular la presencia de Cinco Gremios Mayores de Madrid, y los casos de algunas familias como la de los Yudice y Roma. En el último capítulo el autor estudia la crisis del mercado centroamericano cuando el comercio legal se interrumpe como consecuencia de las guerras napoleónicas.
Esta obra constituye un conjunto riguroso, bien escrito, nutrido con una documentación novedosa y primaria de una rara intensidad. Nos limitamos aquí simplemente a hacer algunos comentarios. Dejamos de lado algunos errores menores en el texto, para discutir sobre lo esencial, en particular sobre la parte del libro que trata de las relaciones entre la Iglesia y el dinero que recibía. Primero, hay que reconocer que el autor es uno de los pocos historiadores que intenta aventurarse en esta dimensión del sistema colonial. El análisis del sistema financiero del convento de Santa Clara es pertinente, pero descansa sobre un único documento (p. 206-212). Además las conclusiones son discutibles, en particular en lo que se refiere a la evolución de esta institución en la segunda mitad del siglo XVIII. Al contrario de lo que dice el autor, todo el proceso nos lleva a formular la hipótesis que los comisionistas de los conventos – tanto por responder a una nueva legislación colonial cada vez más agresiva contra la Iglesia, como por una situación económica que requería la presencia de “pequeños bancos” – se organizaron, multiplicando los préstamos bajo la forma de “depósitos”. Estas nuevas prácticas financieras anunciaban los primeros sistemas bancarios. En lo que se refiere a la Tesorería de Bulas de Santa Cruzada (p. 240), sólo una parte de las bulas vendidas eran destinadas a comprar tiempo en el purgatorio. Algunas bulas como las de lacticinios, reservadas al clero, les permitía consumir ciertos productos prohibidos en ocasiones precisas. Sobre todo, de una manera general, el derecho canónico precisa bien que el fin de esas bulas era financiar la guerra eterna contra los infieles y los heréticos.
De una manera general, si la tesis de José Antonio Fernández Molina está llena de ideas, estas no son todas plenamente demostradas sobre todo cuando, a veces, el autor se olvida del objeto de su libro para dejarse ir en el análisis de numerosos otros aspectos de la economía colonial: por ejemplo los parágrafos dedicados a las actividades mineras o sobre la producción de hierro (aunque en este campo estamos a la espera de un próximo libro del mismo autor sobre esta temática). Lamentamos que no se profundice lo suficiente en la evolución de la relación entre los comerciantes exportadores de la ciudad de Guatemala y los paisanos de la provincia salvadoreña. No logramos hacernos una idea de la magnitud de este fenómeno. ¿Las élites salvadoreñas no eran capaces de responder a esta “nueva” política económica que debilitaba su propia influencia? Además, el autor no considera que en el origen de esta política “natural” – había que colocar a los niños de los vendedores y de los nuevos emigrantes – también pudo haber una necesidad de contrarrestar la influencia creciente de las élites salvadoreñas sobre la economía local. De hecho – se trata de una pista de investigación que sólo queremos sugerir – yo tendría en cuenta las conclusiones de Héctor Lindo-Fuentes, a saber, que si esta fase de crecimiento beneficiaba también a los ladinos de la región salvadoreña, existían mecanismos económicos que devolvían siempre el dinero a los mismos bolsillos, en particular a aquella parte de la economía colonial que José Antonio Fernández abarca con mucha prudencia: la economía de la Iglesia. De hecho pudo ser menos la autonomía provincial y la efímera expansión del índigo lo que pudo impedir la constitución en la ciudad de Guatemala de una élite suficientemente poderosa para controlar el istmo, que el nacimiento de una verdadera élite salvadoreña ubicada en posición de fuerza, en el momento de la independencia. En fin, lamentamos la ausencia de un estudio serial sobre el sistema agrícola, que podría pensarse para una parroquia o una vicaría a partir de los libros o los expedientes de diezmos conservados en los archivos de la curia diocesana de Guatemala. Finalmente, se trata de un libro fecundo, a veces apasionado, que ofrece al lector la posibilidad de entrar en contacto con la rica y diversa historia de la América Central durante el período colonial.

Autor: Christophe BELAUBRE