Ficha n°131
BARTOLOMÉ, Juan Bautista
Cargo: Escribano público. Alcalde ordinario de la ciudad de Guatemala. Alcalde de la Santa Hermandad.
Caso: Catalina de Escobar, en 1594, y en 1615 con María de Chávez y Sotomayor.
Murió: Santiago de Guatemala, el 01 de julio de 1656.
Resumen: Aunque las vicisitudes de este personaje rebasan en mucho la temporalidad del siglo XVI, nos pareció interesante abordarlas porque las referencias encontradas ponen de manifiesto datos muy interesantes, relacionados con la compra y venta de un cargo de escribano público.
En la demanda que Cristóbal Aceituno presentó contra Juan Bautista Bartolomé, por la compra del cargo de escribano público que éste hizo al primero, se argumentó que Aceituno había vendido el oficio por menos de su valor. En su defensa, Juan Bautista presentó a la Audiencia varios testigos, para que se pusiera en claro la veracidad del asunto. Los testigos fueron: Diego de León Andino, de 54 años de edad; Alonso de Contreras Guevara, de 55 años; Diego Carlos, de 50 años; Pedro de Mesa, mayor de 30 años; Fernando Romano, de 57 años; Juan de Escobar, de 57 años, suegro de Juan Bautista; Melchor Bartolomé, mayor de 25 años y hermano de Juan Bautista; Diego de Escobar, de 34 años, cuñado de Juan Bautista y escribano de cámara de la Audiencia, y Pedro Valles de Quejo, mayor de 40 años, todos vecinos de Santiago de Guatemala. Valles de Quejo era escribano, y pudo ser testigo por mandamiento de la Real Audiencia de Guatemala, pues era el receptor de las probanzas de las partes en este pleito e instancia y había examinado a los testigos.
El oficio de escribano público, cuya venta dio lugar a la demanda, lo poseyó Juan de León, de quien lo obtuvo Luis de Aceituno, y éste lo dio a su sobrino Cristóbal Aceituno, como dote, cuando se casó con Inés de Rivera. Posteriormente y en repetidas ocasiones, Cristóbal de Aceituno había dicho a varias personas, entre ellos los testigos, que no estaba conforme con el oficio de escribano que tenía, y lo quería vender porque no le permitía sustentarse, pero si no lo vendía, quería servir con él al rey para que se rematara en almoneda y se depositara su valor en la caja real, y a él se le dieran 500 ó 600 pesos de renta en alguna encomienda. Algunos le contestaron que si lo que ganaba era insuficiente para mantenerse, lo era porque no le dedicaba mucho tiempo al ejercicio de su oficio, y para la seguridad de su conciencia le convendría venderlo, o bien que lo ejerciera otra persona en su nombre, porque muchos escribanos que así ejercían «ganaban de comer por lo mucho que asistían y buen despacho que daban con mucha diligencia.»
También se sabía que Juan de Escobar y Diego de Escobar, suegro y cuñado de Juan Bautista Bartolomé, respectivamente, divulgaron el rumor que Cristóbal Aceituno les había rogado que le hablaran a Juan Bautista Bartolomé para que le comprara el oficio de escribano. Según los testigos, Bartolomé fue persuadido por los Escobar y le compró el oficio al dicho Cristóbal Aceituno en 8.000 tostones. Se consideró que fue buena la decisión de la venta del oficio, por cuanto Cristóbal Aceituno asistía muy poco a las actividades propias de su oficio, y por lo mismo, no recibía lo suficiente para sustentarse. Además, lo había vendido a buen precio y a una persona muy activa, pues no valía más y Bartolomé lo usaría bien.
Uno de los testigos dijo que tanto Cristóbal Aceituno como Juan de Guevara y Juan Niño, durante el tiempo que habían tenido sus oficios de escribanos públicos, se quejaban constantemente de que sus oficios valían muy poco y que se sustentaban mal, especialmente por haber tantos escribanos. Otro de los testigos, Pedro de Mesa, consideró que Bartolomé pagó un sobreprecio por el oficio de escribano público que compró a Cristóbal Aceituno. Había oído decir a éste que con su oficio no se ganaba un pan, porque habían muy pocos negocios y muchos escribanos, y que cuando se vendió el oficio público del número que compró Francisco de Morales, lo quiso comprar su padre, Francisco de Mesa, por la cantidad de entre 5.000 y 6.000 tostones. Además, Juan Bautista perdió dinero con la compra del oficio de escribano público, puesto que si lo hubiera invertido en algún negocio hubiera obtenido, en los 16 meses que duró el pleito, alrededor de 2.000 tostones de ganancia, porque Bartolomé era un comerciante hábil. Agregó que conocía a Cristóbal Aceituno desde hacía 10 años, y lo había oído decir que tenía 1.000 tostones de renta de la encomienda que le dio el presidente Sandé, y los 8.000 tostones en que vendió el oficio de escribano público. Se puede considerar que Bartolomé no quería comprar el oficio, pero a instancias de su suegro y de sus cuñados, lo había comprado. Los 8.000 tostones que pagó Bartolomé por el oficio fue demasiado, pues no valía más de 6.000 tostones, pues se ganaba poco y muchas veces los escribanos reales tenían que dedicarse a otras actividades complementarias para poder sustentarse debidamente.
Según Juan de Escobar, suegro de Juan Bautista, Cristóbal Aceituno solicitó al presidente de la Audiencia, doctor Francisco de Sandé, que fuera aceptado como opositor a la encomienda vacante, por muerte de Diego Alfonso de Rdo. En la dicha solicitud se comprometió a que si se le daba la encomienda dejaría el oficio de escribano en manos del rey, cuyo valor aseguraba que era de 8.000 tostones, y para comprobarlo bastaba ver la dicha petición de encomienda y otras solicitudes que Cristóbal Aceituno había presentado. Escobar expresó que Juan Bautista Bartolomé compró el oficio por la presión que Cristóbal Aceituno ejerció para efectuar la compra-venta, pues no lo quería comprar. Cuando Juan de Escobar ejercía el cargo de mayordomo del cabildo, Cristóbal le importunaba constantemente para que convenciera a Juan Bautista para que le comprara el oficio, y que éste respondía, al proponérselo el testigo, que no le estaba bien comprarlo ni lo apetecía. Sin embargo, este testigo le replicó a Juan Bautista, como a hijo suyo, que lo comprase pues con su buena diligencia y habilidad le vendrían muchos negocios, y tenía allí la costa segura. De tal manera que, a instancias del testigo y del hijo de éste, Diego de Escobar, se logró que Juan Bautista comprara el oficio en 8.000 tostones. Después de celebrado el negocio, una noche, entre las siete y las ocho, llegó Cristóbal Aceituno a la casa de Juan de Escobar, donde también estaba Juan Bautista y su mujer, con mucho contento y alegría por haber vendido el dicho oficio y expresó que le daría (a Juan Bautista) el cuartago morcillo que él utilizaba para desplazarse, y le dio las gracias por la liberalidad y merced que le había hecho con la compra del oficio. Ante esto, Juan Bautista envió al negro esclavo de Juan de Escobar, llamado Mateo, a que fuese a casa de Cristóbal a traer el dicho caballo. Por tales motivos, Juan de Escobar creyó y entendió que Cristóbal Aceituno quedó muy contento y satisfecho por la dicha venta, por lo cual no comprendía los motivos que tuvo Cristóbal para promover el pleito contra el dicho Juan Bautista, el cual consideró que era injusto.
Juan Bautista Bartolomé tenía como encomienda el pueblo de Yupiltepeque, en Jutiapa. Había llegado a Guatemala en 1593. Fue casado dos veces. El primer matrimonio, 1594, fue con Catalina de Escobar, y en 1615 con María de Chávez y Sotomayor. Desempeñó varios cargos en la administración pública, pues fue escribano de cámara durante el período gubernamental de Francisco de Sandé, Contador de Cuentas nombrado, escribano del juicio de Residencia del presidente de la Audiencia Alonso Criado de Castilla, que siguió el conde de la Gomera. También fue síndico del ayuntamiento de la ciudad de Santiago de Guatemala, en 1608 fue alcalde de la Santa Hermandad, y en 1637 fue alcalde ordinario de la misma ciudad. Entre sus propiedades destacó la hacienda Nuestra Señora del Rosario, en Petapa, y otra en Cerro Redondo, Santa Rosa.