Ficha n°68
ARECHAVALA Y VILCHES don Joaquín
Cargo: Coronel de las milicias, regidor, hacendado.
Caso: con Juana Navia y Sotomayor Pimentar, 2o el 11 de febrero de 1821 en León con Valeria García Cosió.
Nació: Hacia 1758.
Murió: el 16 de octubre de 1823 en León.
Padres: José Antonio de Aréchavala Olzeta oriundo de España y murió en mayo de 1775 en León (Testamento el 1 de marzo de 1775 ante Silvestre Prado y Ambrosia de Vilches y Cabrera Castellón, nativo de León.
Resumen: Cuando murió su padre en 1775 Joaquín solo tenía 17 años, y tuvo que encargarse de los cuantiosos bienes de su familia. Fue regidor y alcalde ordinario (1774) de la ciudad y ostentaba el grado de Coronel de Milicias. De acuerdo con la documentación consultada, fue un hombre activo vinculado con el gran comerciante Mariano Murillo y capaz de gestionar los bienes recibidos. Por ejemplo, en 1804 logró recuperar, ante el albacea del arcediano difunto don José Albino López de La Plata, una suma de 1563 pesos que correspondía a una deuda del arrendatario de diezmos, don Tomás Toruño. Como lo decía Joaquín, si él había aceptado entonces de recibir fianza de Toruño, era porque ademas de la autoridad de juez hacedor que en aquel tiempo ejercia se obligo a reponerme qualesquiera quebranto que yo tubiese o pago que se me hiciese hacer como fiador (....). Se ignora la fecha de su matrimonio con doña Juana de Dios Nava y Sotomayor, quien les dio cinco hijas – Joaquina, Tomasa, Biviana, Micaela e Inés – siendo la última la única que se casó, con don Tomás Grijalva, un comerciante nativo de España radicado en León. Su esposa puso de dote 2000 pesos y él 85000 pesos, representados en “varias haciendas, valoradas en aquel tiempo a precios ínfimos”. En calidad de donación propter nupcias, regaló a Juana de Dios 4000 pesos. De su segunda esposa Valeria García Cosio no tuvo ningún niño, y la dote era también bastante reducida: 3240 pesos y la casa de su morada.
De hecho no cabe duda que don Joaquín Arechavala fue sobre todo un próspero terrateniente que dedicó mucho tiempo de su vida a la crianza de ganado y a la producción de cacao. Administró una hacienda conocida con el nombre de Hatogrande. En 1853 esta hacienda ya no era explotada y casi no podía soportar los 3850 pesos que la hipotecaban. Sin embargo en la época de Joaquín fue una joya bastante productiva. Las pilas de obraje de fábrica de tinta añil le permitieron sacar un producto que se negociaba muy bien en el mercado trasatlántico. Esta hacienda la había comprado en 1802 al padre cura don Félix Aguilar y Cruz por 10481 pesos (con la misma carga de 3850 pesos de capellanías). Según parece, Arechavala era además dueño de la hacienda de Santa Isabel y de la de San Joaquín, que heredó de su padre, con un sitio de tierra de 18 caballerías comprado por 1380 pesos en 1759 a los herederos de don Juan de Paiz, y otro sitio nombrado como San Antonio de la Barra, de 25 caballerías, compradpor 1050 pesos a doña Dionisia Muñiz en 1764. Esta hacienda fue valorada en 1833 en más de 14000 pesos. Tenía también una casa grande en la ciudad de León, que había comprado al obispo, don Esteban Lorenzo de Tristán.
Por su repentino fallecimiento en 1823, Joaquín participó poco en los movimientos políticos, aunque durante la asonada de 1812 estuvo muy cerca de los sectores criollos opuestos al movimiento de emancipación. Era uno de los representantes de la Diputación Provincial. Mantenía una relación epistolar con José Cecilio Del Valle, aunque resulta bastante difícil saber cómo se conocieron. En estas cartas Joaquín escribía que había que erigir una estatura al Capitán General Bustamente. En febrero de 1822, el gobernador Miguel González Saravia, con la ayuda de Joaquín, declaró la independencia de España en favor de la anexión a México.
Cuando falleció dejó todos sus bienes a las hijas de su primer matrimonio y a sus nietos Juan, Juana de Dios, Francisco, José Dolores y Joaquín Félix Grijalva y Arechavala. Como estaba demasiado débil para formular su testamento debidamente, encomendó esta tarea a su hija Joaquina, a Tomás Grijalva y Juan Tomás Juárez. Después de su fallecimiento, su escribano, Simeón Gámez, abrió un ruidoso pleito para cobrar de la testamentaria 1536 pesos que merecía por el servicio de los diez y ocho años a ocho pesos cada mes. No fue el único demandante a la testamentaría, y parece que la fortuna económica y social de la familia Arechavala fue bastante fugaz. Tras dos generaciones, Tomás de Grijalva, quien se dedicó al comercio, no logró mantener los espacios de poder legados por su suegro.