Ficha n° 4443
Creada: 22 febrero 2017Editada: 22 febrero 2017
Modificada: 22 febrero 2017
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Autor de la ficha:
Jorge H GONZALEZ ALZATEEditor de la ficha:
Christophe BELAUBREPublicado en:
ISSN 1954-3891“Ya no hay tributo, ni Rey”. De Profetas y mesías en la insurrección de 1712 en la provincia de Chiapa
- Palabras claves :
- Insurección, Virgen, Historia, Población indígena
- Categoria:
- Libro
- Autor:
-
Juan González Esponda
- Editorial:
- Secretaría de Pueblos y Cultura Indígenas
- Fecha:
- 2013
- Reseña:
-
1El 8 de agosto de 1712, varias comunidades de los partidos de Zendales, Huitiupán, Coronas y Chinampas, en la provincia de Chiapa (actual estado de Chiapas), se reunieron en el pueblo de San Juan Cancuc y convocaron a todas las comunidades de la provincia, tseltales, tsotsiles, choles y zoques, para que acudieran a dicho pueblo “con la plata, los ornamentos, campanas, cajas y tambores, libros y dinero de las cofradías” (95). El propósito de tan extraordinaria convocatoria era planear la defensa de una ermita dedicada a la virgen María, la cual estaba bajo amenaza de destrucción por los que ellos llamaban ‘judíos’ de Ciudad Real (es decir, los vecinos y autoridades españolas de la capital de la provincia). Dos días después, con el grito de “ya no hay tributo, ni rey”, veintiún de los pueblos convocados le declararon la guerra al régimen colonial, acordando formar una confederación y cooperar mutuamente hasta derrotar a los españoles. Sin perder tiempo, las comunidades rebeldes nombraron capitanes y organizaron un ejército al que denominaron “Soldados de la Virgen”. También nombraron dirigentes políticos y establecieron un sistema fiscal encargado de recolectar fondos destinados a sufragar los gastos de la guerra y del mantenimiento de la ermita. Tras nueve meses de encarnada y sangrienta lucha, los rebeldes indígenas fueron finalmente vencidos por dos ejércitos, dirigidos por el presidente de la audiencia de Guatemala, y compuestos de milicianos tanto españoles como ladinos e indígenas.
2 El libro de González Esponda constituye un valioso esfuerzo de reinterpretación de los orígenes históricos e impacto político y cultural de la insurrección de 1712. Según el autor, “el lector encontrará en estas páginas el análisis de las condiciones objetivas y subjetivas de la rebelión, el desarrollo de la guerra y su desenlace, así como los vestigios culturales que dan cuenta de ella” (24).
3Por su magnitud y objetivos, la sublevación de 1712 es considerada por muchos estudiosos como una de las más importantes de la época colonial. Es por ello que la rebelión ha atraído la atención de numerosos investigadores, de origen tanto mesoamericano como europeo y estadounidense. No obstante, González Esponda siente que “este movimiento amerita nuevas reflexiones, a partir de las fuentes primarias ya consultadas por varios historiadores y antropólogos, y sobre todo, la incorporación a estas interpretaciones de las fuentes iconográficas y el amparo de nuevas miradas teóricas y motivaciones más centradas en lo humano que en sujetos abstractos” (24).
4La obra, al mismo tiempo, constituye un importante aporte a la conmemoración del tricentenario de la rebelión, la cual incluyó una procesión con la virgen del Rosario (patrona de los pueblos rebeldes) a la antigua iglesia del asentamiento original de Cancuc. En palabras del autor, “este esfuerzo de interpretación de la rebelión de 1712 lleva el influjo de la emotividad de la procesión con la virgen del Rosario, encabezada por los principales del pueblo de Cancuc, el 9 de agosto de 2012, y la develación de la placa alusiva a los trescientos años del inicio de la insurrección” (24) En opinión de González Esponda, los eventos relacionados con el aniversario de la rebelión constituyen “ la mejor prueba de que aquel gran levantamiento está presente no sólo en las obras de académicos e intelectuales, sino sobre todo en el imaginario colectivo de sus descendientes” (24).
No menos relevante para González Esponda es la conexión histórica que él cree que existe entre los sucesos de 1712 y el alzamiento Zapatista de 1994, en el que numerosas comunidades mayas de Chiapas se levantaron en rebelión contra el gobierno federal mexicano. El autor subraya el hecho de que ambos movimientos acaecieron en “escenario idéntico, con el mismo trasfondo y los mismos actores” (16). Para González-Esponda, fue entonces “el imperativo de comprender estos acontecimientos del presente, lo que nos impulsa a escudriñar en el pasado, no sólo con otra mirada, sino con otra motivación epistémica, más allá de la simple reconstrucción de hechos que desarticulados dicen poco y despoja a la historia de la pasión por el pasado, en tanto proceso recurrente” (16).5El libro está dedicado a la memoria de dos religiosos que, según el autor, “entregaron su vida al servicio de la causa de los pueblos indígenas de Chiapas” (10). Dicha dedicatoria pone de manifiesto el inequívoco compromiso del autor con la lucha histórica de los pueblos Mayas de Chiapas por obtener justicia y equidad así como respeto a sus tradiciones culturales.
6El texto se compone de una introducción, tres capítulos y un apéndice en el que se examina brevemente la voluminosa literatura que se ocupa de la rebelión.
7En la introducción, el autor presenta un breve esbozo de las temáticas que son tratadas en más detalle en el resto del libro así como la definición de los principales conceptos en los que el autor fundamenta sus argumentos.
El primer capítulo está dividido en cuatro apartados. En el primero, el autor describe el marco geográfico y ecológico dentro del cual se desenvolvió la rebelión. El autor enfatiza la existencia de varias subregiones dentro de la provincia de Chiapa, cada una con características topológicas y ecológicas particulares. Topográficamente, la provincia está dividida entre dos grandes regiones: la llanura costera paralela al Océano Pacífico, conocida como Soconusco, y la zona montañosa, conocida como Los Altos de Chiapas. El epicentro de la rebelión estuvo ubicado en la región habitada por los Zendales y la Guardianía de Huitiupán al norte y oriente de las zonas altas. Esta zona funcionaba como una especie de puente entre las regiones del Golfo de México y el interior de Chiapa a través de la cual transitaban una enorme cantidad de productos agropecuarios y manufactureros. Y más importante aún era el hecho de que dicha región ofrecía condiciones favorables a la agricultura comercial, cultivos tales como el tabaco, algodón, zarzaparrilla, por lo cual era muy atractiva para los comerciantes y hacendados españoles, especialmente los frailes dominicos. Estas características, de acuerdo con González Esponda, explican en gran medida las razones por las que los indígenas que habitaban esta zona sintieron más intensamente que otras el peso de la explotación económica de los colonizadores.8El segundo y tercer apartados están dedicados a un detallado análisis de los orígenes estructurales y de largo plazo de la rebelión. Para González Esponda, el factor fundamental fue la conquista española misma, proceso que asestó un golpe brutal a las estructuras socioeconómicas y culturales de las comunidades indígenas que habitaban—y aún hoy habitan— el territorio de Chiapas al momento del primer contacto. En palabras del autor, los procesos que se desataron a partir de la conquista “destruyeron la vida social, cultural, política y económica de los pueblos que habitaban estos territorios, mediante el uso de la fuerza y la violencia sistemática” (33). Pero para González Esponda, el hecho que merece ser destacado en este contexto es la admirable capacidad de dichas comunidades para resistir y sobrevivir tales estragos, no sólo en sus inicios sino también a lo largo de los tres siglos de la colonia. Para el autor, entonces, la rebelión de 1712 debe entenderse como un caso más de resistencia indígena a esa cadena secular de explotación y abusos que en ciertas coyunturas eran percibidos como amenazas directas a la sobrevivencia material o cultural de dichas comunidades aborígenes.
9Otras de las causas estructurales de largo aliento que el autor destaca son, por ejemplo, el desarrollo, en el siglo XVII, de la hacienda como institución representativa de la creciente comercialización y monetarización de la economía y conmodificación de las relaciones laborales y de producción. En dicho proceso, el autor destaca el papel central que desempeñaron los frailes dominicos. Igualmente dañinos fueron la intensificación de la explotación a través de los repartimientos de mercancías de los alcaldes mayores, los fraudes y abusos cometidos en relación con el oneroso sistema de tributos y el repartimiento a labor, todos ellos, según González Esponda, mecanismos de explotación y de acumulación de capital que favorecían al sector peninsular dominante. Y en cuanto al ámbito cultural, igualmente importantes fueron la imposición de la doctrina católica, proceso que supuso la reducción de las poblaciones aborígenes en las llamadas repúblicas de indios, diseñadas con el fin de facilitar la labor evangelizadora de los dominicos y la supresión de las prácticas religiosas tradicionales. En opinión de González Esponda, “estos cambios de carácter estructural generaron tensiones sociales que desembocaron en acciones violentas que, en el contexto de una crisis de transición, perseguían inconscientemente la protección de la vida comunitaria y la supervivencia misma de los pueblos frente a estos cambios” (23).
El último apartado del primer capítulo se ocupa de los detonantes de orden coyuntural. El autor destaca como los más determinantes, el pago del tributo en dinero, reforma fiscal que obligó a muchos indígenas a abandonar sus pueblos y desplazarse a otras zonas en busca de trabajo asalariado. Muy odiosos fueron también los severos castigos impuestos por los curas y la jerarquía eclesiástica con el fin de controlar el aumento de prácticas juzgadas como idolatría por parte de los llamados nagualistas. Asimismo, el incremento en las onerosas cargas de los curas por servicios religiosos y las visitas de los obispos al igual que los fraudes de los alcaldes mayores y de los vecinos de Ciudad Real causaron enorme resentimiento. Y no menos dañina fue la racha de malas cosechas que se inició en 1707. Todo este torrente de abusos y sufrimientos sin duda alguna causaron enorme disgusto y terribles estragos, pero, al parecer, no fueron suficientes para ocasionar un alzamiento armado. Un detonante más era necesario, y, en este caso, fue la noticia del repentino fallecimiento del alcalde mayor Martín González—figura muy detestada por los nativos—y el subsecuente ascenso al poder de los dos alcaldes ordinarios de Ciudad Real –individuos no menos detestados y carentes de toda legitimidad— lo que precipitó finalmente el estallido del conflicto. Porque, como afirma González Esponda, “los indígenas encontraron en ese vacío de poder la oportunidad para sacudirse el yugo de la dominación colonial e instaurar una sociedad en donde todos los órdenes estarían invertidos y serían estructuralmente diferentes” (73).10El segundo capítulo se ocupa de describir en detalle los sucesos ocurridos poco antes del alzamiento, así como los eventos que se desarrollaron a partir del 8 de agosto de 1712. Esto se lleva a cabo en tres apartados dedicados cada uno a considerar aspectos específicos tales como las disputas iniciales de corte religioso entre los indígenas y las autoridades eclesiásticas; los hechos militares y la derrota final junto con la persecución de los rebeldes y sus castigos. En opinión de González Esponda, la promesa de terminar con el poder de los españoles así como ponerle fin al pago de los tributos, al trabajo forzado, a los azotes y sobre todo controlar la administración de los sacramentos y los rituales de carácter religioso, atrajo a muchos a unirse a la rebelión.
11Inicialmente, las autoridades españolas en Ciudad Real destacaron las compañías de milicias disponibles en contra de los rebeldes, pero este primer intento de sofocar el alzamiento fracasó rotundamente. De ahí que las autoridades de la provincia se vieron forzadas a acudir al presidente de la audiencia, Toribio de Cosío, quien inmediatamente se dio a la tarea de organizar un numeroso ejército en Santiago de Guatemala, reforzado por compañías de milicia de varias provincias. Este ejército arribó a Ciudad Real el 30 de Octubre de 1712. Tropas de refuerzo, compuestas por indígenas y ladinos aliados al régimen, procedentes de las jurisdicciones de Chiapa de Indios y de Tabasco, se agregaron a las de Cosío.
12Luego de someter el centro rebelde de Cancuc, los españoles penetraron al pueblo, tomaron la ermita de la virgen del Rosario y seguidamente se inició, según González Esponda, una verdadera matanza de hombres, mujeres y niños. Los principales cabecillas fueron ahorcados. Numerosos rebeldes se refugiaron en las montañas, pero fueron perseguidos por indígenas leales al régimen. Muchos fueron descuartizados y sus cabezas exhibidas en las plazas para escarmiento. Los menos culpados fueron sentenciados a presidio en los castillos de la costa Atlántica. En opinión de González Esponda, “los rebeldes fueron derrotados debido a su inferioridad en las tácticas y en el armamento, así como por las traiciones que se presentaron después de la derrota de Cancuc” (136).
13El último capítulo está dedicado a un novedoso estudio de la iconografía de la rebelión. El autor incluye descripciones de los santuarios e imágenes de la virgen del Rosario, patrona de los rebeldes , y de la virgen de la Caridad, patrona de los españoles. Además se consideran referencias a los eventos de 1712 en los carnavales de varias comunidades así como las representaciones arquitectónicas, pictóricas, estatuarias y rituales de la memoria histórica de la rebelión entre los pueblos mayas de Chiapas. Para el autor, tales fuentes iconográficas constituyen un testimonio vivo de la rebelión y resultan muy valiosas como fuentes para la interpretación y explicación de la misma.
14En el apéndice, González Esponda examina brevemente la larga tradición historiográfica que se ha ocupado de la rebelión de 1712. Subraya el importante hecho de que cada autor aproximó tales sucesos desde una perspectiva particular y con motivaciones diversas. El fraile dominico Francisco Ximénez, fue el primero en ocuparse de manera sistemática del acontecimiento en su obra Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala. Dicha crónica, a su vez, está enteramente basada en una relación contemporánea escrita por el provincial de los dominicos fray Gabriel de Artiga, la que fue escrita, en opinión de González Esponda “con el propósito de reivindicar a la Orden de Predicadores, para borrar cualquier sospecha sobre su responsabilidad en los eventos” (18). Sin embargo, pese a presentar una versión sesgada de los hechos, la relación de Artiga ha sido utilizada por todos los estudiosos que se han ocupado en reconstruir en detalle la evolución de los acontecimientos de 1712. Entre los autores más importantes están: Vicente Pineda, Prudencio Moscoso, Herbert Klein, Alicia Barabas, Henri Favre, Severo Martínez Peláez y Victoria Bricker. De todos estos trabajos, González-Esponda cree que los de Severo Martínez Peláez (Motines de indios) y Victoria Bricker (Rey indígena) son los más sólidos y mejor documentados. De ahí que, en el presente trabajo, González Esponda se propone elaborar una especie de síntesis que fusiona las interpretaciones de ambos investigadores, enfocando las condiciones objetivas (materiales) enfatizadas por Martínez, así como las condiciones subjetivas (culturales, especialmente los aspectos religiosos) enfatizadas por Bricker, aunque está claro que el autor da primacía a los factores materiales sobre los culturales.
Una omisión notable en este repaso de la literatura sobre la insurrección de 1712 es la importante obra del etnohistoriador norteamericano David Gosner, The Soldiers of the Virgen (Los soldados de la virgen), publicada en 1992. Al igual que González Esponda, Gosner aproxima la insurrección de 1712 en su contexto histórico de larga duración, comenzando su análisis con la conquista y culminando con los detonantes coyunturales previos al estallido del conflicto así como una detallada descripción de la evolución y conclusión de la guerra. Gosner también enfatiza los factores económicos y culturales que motivaron la rebelión. Pero al contrario de González Esponda, Gosner argumenta que “las fuerzas materiales que empujaron a los Zendales hacia la insurrección se derivaron ante todo del limitado potencial comercial de las tierras altas y las condiciones de depresión que prevalecían en Ciudad Real y su hinterland” (11). Y, en su opinión, las comunidades indígenas interpretaron los estragos que tales condiciones les ocasionaron en términos éticos, es decir, en términos de lo que el autor, inspirado en Edward Thompson y James Scott, llama la “economía moral”. Para los aborígenes, tales desastres eran muestras patentes de que el orden natural se había trastocado y las normas de reciprocidad que regían la economía moral y garantizaban la integridad material y cultural de las comunidades habían sido violadas. La aparición de la virgen debía entonces entenderse como un presagio de que la restauración de dicho orden cósmico y compacto colonial se aproximaba. Gosner además señala que esta cosmovisión indígena revelaba la índole sincrética de la economía moral maya, una amalgama ideológica y simbólica conformada por creencias tradicionales y doctrinas cristianas de pecado y obligación mutua, derivadas de la prédica dominica.15En resumen, pese a que González Esponda incorpora en su análisis tanto las dimensiones objetivas (materiales) como las subjetivas (culturales) del conflicto, resulta claro que para él lo cultural, o ideológico, está subordinado a lo material, o económico. En su opinión, los líderes rebeldes se apropiaron estratégicamente de los símbolos y discursos religiosos católicos con el fin de legitimar su lucha. Es decir, el alzamiento de 1712 no debe entenderse como un movimiento eminentemente religioso que eventualmente derivó en una lucha política contra el régimen colonial, como Bricker y otros investigadores han planteado, sino más bien, en el fondo, como una protesta armada en contra de la explotación colonial con la intención de efectuar reformas radicales. Para Gosner, en cambio, los dos campos (material/espiritual) no se pueden separar pues están íntimamente ligados en el marco de la economía moral maya. Según él, la rebelión fue fundamentalmente un intento por defender la integridad de la economía moral, la cual se veía amenazada por los abusos de los colonizadores, tanto en el ámbito material como espiritual; es decir, la movilización indígena fue un intento por erradicar los abusos y a la vez por redefinir y revitalizar el orden moral de la comunidad que se había trastocado en los años previos a la rebelión.
16Para González Esponda no cabe duda que los eventos de 1712 constituyeron una rebelión y no un motín “pues al analizar su desarrollo, se infiere claramente que fue preparada con bastante cuidado y anticipación por un núcleo que la coordinaba y dirigía, y que se propuso realizar cambios radicales” (17). Como se indicó antes, el autor también concluye que con el fin de legitimar su lucha, los líderes de la rebelión se apropiaron de los símbolos católicos con el fin de llevar a la práctica sus propósitos. El autor plantea un campo de batalla ideológico entre dos concepciones de una misma religión: “el catolicismo como instrumento de dominación monopolizado por las élites coloniales y el nativo, con sentido liberador y de justicia” (201). El autor además plantea que lo que los indígenas cuestionaron no fue la hegemonía de la religión católica sino el monopolio que los españoles y, particularmente, los religiosos dominicos ejercían sobre ella. La religión y la iglesia eran vistas como la fuente del poder de los religiosos y por ello el primer paso para su liberación fue justamente la apropiación de dichos discursos e imágenes en tanto símbolos de poder.
17La conclusión del autor, tal vez la más importante, es que “la de 1712 no fue propiamente una guerra étnica, sino un movimiento mucho más complejo en la medida que en ambos bandos actuaron individuos de diferentes castas, con excepción de los españoles quienes, eso sí, lucharon siempre al lado de los opresores, bando al que pertenecían” (263). El autor señala además el hecho de que muchos pueblos rehusaron apoyar o se opusieron activamente a los rebeldes. Entre estos se encontraban Chilon, Oxchuch, Simojovel, Chamula, Chiapa de Indios y Palenque.
18Finalmente, González Esponda concluye que pese a su represión, la rebelión de 1712 no fue en vano, puesto que los alzados lograron que la comunidad-pueblo sobreviviera a lo largo del tiempo. “Se trata de una victoria histórica que los rebeldes no conocieron. Después de trescientos años, la comunidad-pueblo sigue en pie; algunos han conservado su autonomía, con matices y especificidades, durante todos estos siglos” (208).
19En conclusión, el trabajo de González Esponda representa una valiosa contribución al poco explorado campo de la historia maya, grupo socioétnico que ha sido tradicionalmente ignorado por la historiografía tradicional. Al rescatar el papel histórico de tales comunidades, en particular su lucha secular por mantener su integridad material y cultural, la obra asimismo constituye un importante aporte a la loable empresa de forjar un lugar digno para esos pueblos en la memoria histórica tanto de Chiapas como de la nación mexicana.
- Fuentes :
-
http://bibliotecasibe.ecosur.mx/sibe/book/000057062
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