Ficha n° 3995
Creada: 22 junio 2015Editada: 22 junio 2015
Modificada: 22 junio 2015
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Autor de la ficha:
Teresa GARCÍA GIRÁLDEZEditor de la ficha:
Christophe BELAUBREPublicado en:
ISSN 1954-3891BATRES JÁUREGUI, Antonio
- Palabras claves :
- Redes familiares, Positivismo, Población indígena
- Cargo o principal ocupación:
- Abogado
- Nació:
- el 11 de septiembre de 1847 en la Ciudad de Guatemala.
- Murió:
- el 12 de abril de 1929 en la Ciudad de Guatemala.
- Padres:
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1Cayetano González de Batres Díaz del Castillo (nació el 5 de agosto de 1818 y murió el 20 de diciembre de 1892 en la Ciudad de Guatemala) y Beatriz Jáuregui Cobar (nació el 23 de diciembre de 1819 en San Salvador (El Salvador) y murió el 25 de abril de 1893 en la Ciudad de Guatemala, casados el 7 de octubre de 1845 en la Ciudad de Guatemala.
- Resumen:
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1Antonio Batres Jáuregui nació en 1847 Guatemala y murió en esta misma ciudad en 1929. Hijo de Cayetano Batres Díaz del Castillo y Beatriz Jáuregui Cobar, pertenecía a una red familiar que se había ido consolidando en Guatemala, desde el siglo XVIII, en el campo de la administración pública, así como a través de relaciones matrimoniales y de negocios con otras redes familiares influyentes. Su matrimonio con Teresa Arzú de Saborío contribuyó a dar continuidad a esa estrategia y reforzar las redes familiares más influyentes del momento.
2 Enseñó Economía Política, Derecho Internacional y Literatura, y ejerció como abogado de prestigio, historiador, filólogo y político, asimismo dirigió la Secretaría de la Sociedad de Amigos del País durante dieciocho años.
3 Admiraba el pensamiento ilustrado español de Jovellanos y Campomanes, a quienes citaba con frecuencia, cuando reflexionaba sobre la modernización de la agricultura. Era un liberal gran conocedor de autores que representan el pensamiento positivista, como Spencer, Mills, Guizot, Buckle, Bancroft y Darwin y su pensamiento estaba influido en particular por el organicismo spenceriano, por Buffon y Le Bon, y no pudo despojarse del racismo de su época.
4 Más partidario de la unión panamericana que de la centroamericana que proponía el Partido Unionista de Centro América (PUCA), fundado por Salvador Mendieta, firmó, en calidad de delegado plenipotenciario, el Tratado de Unión Centroamericana en el I Congreso Jurídico Centroamericano (Guatemala, junio de 1897), y los tratados y convenciones que siguieron a la Conferencia de la Paz y Amistad Centroamericana (Washington, del 14 de noviembre al 20 de diciembre de 1907).
5Fue uno de los intelectuales liberales más importantes del siglo XIX, con Antonio Larrazábal (1769-1853), José Cecilio del Valle (1777-1834) y Juan José de Aycinena (1792-1865); construyeron el proyecto político liberal de nación guatemalteca. La función de estos intelectuales era reelaborar y adaptar el pensamiento europeo al espacio centroamericano, como portavoces de su clase, para legitimarse en el poder, y luchar por mantener la hegemonía, asegurando el poder a la clase que reprersentaban.
6 Fue uno de los primeros autores en dedicar su atención a los indígenas, trató de su historia pasada y les proyectó un futuro de “civilización”. Su obra más conocida, Los indios su historia y su civilización (1893), reforzó el pensamiento racial del siglo XIX. No menos interesante fue su participación en la elaboración del Dictamen y conclusiones que la comisión respectiva presentó al Congreso Pedagógico sobre el tema siguiente: “¿Cuál será el medio más eficaz de civilizar á la raza indígena en el sentido de inculcarle ideas de progreso y hábitos de pueblos cultos?”(1894), con el objetivo de convertir a Guatemala en una nación civilizada. Este proyecto de nación reflejaba ya el pensamiento liberal consolidado, impregnado de las ideas raciales, y pretendidamente científicas, del positivismo spenceriano, que sentó las bases de la asimilación de los indígenas a la nación o su exclusión, justificándolas mediante la dicotomía civilización o barbarie, exigiéndoles por lo tanto el cumplimiento de ciertos requisitos del orden político y progreso económico liberal. En el más puro estilo liberal, consideraba que existían en Guatemala los medios eficaces para hacer evolucionar y que se desarrollase, “ese millón de parias que hoy no forman parte de la república, serán en las generaciones próximas otros tantos ciudadanos”. Como historiador, los indígenas eran el objeto principal de su trabajo, y su compromiso activo era desentrañar el modo de acrecentar su civilización y su desarrollo. Alababa el pasado de los imperios inca y azteca – frente a las tribus salvajes de su tiempo- como respuesta al interés que se había despertado en Occidente por las naciones primitivas; ajustándose así a la corriente antropológica que exaltaba el pasado de las civilizaciones prehispánicas, pero marcando también una diferencia y jerarquía entre las distintas civilizaciones. También justificaba el sustrato hispano en la civilización latinoamericana, como el desenlace lógico del enfrentamiento cultural colonial, y la asimilación no era más que el modo como había sucumbido una cultura inferior ante otra superior. Se debía aceptar la derrota a cambio de la libertad y el progreso; era el resultado de la evolución natural de las civilizaciones, por lo que no cabía criticar ni siquiera el modo como se había llevado a cabo la conquista. Se trataba de intereses tan contrapuestos, con estadios de civilización tan distantes, y en la clara decadencia la cultura indígena, que se podía incluso dudar de su capacidad para civilizarse. Había que intentar civilizar a los indígenas, acometiendo diversas políticas. En primer lugar, estableciendo una educación y una instrucción obligatorias, en castellano, en escuelas con maestros ladinos bilingües que debían prohibirles expresarse entre ellos en sus lenguas y vestir sus trajes. Les debían impartir conocimientos prácticos, y diferenciados por sectores sociales, e inculcarles deberes morales, recurriendo a promociones y premios para quienes participasen activamente en el proceso de aculturación. Era ésta el principal vehículo de movilidad social para quienes aprendieran a leer y escribir en castellano, y les iba a facilitar el acceso a los cargos municipales, para lo que se les eximía del pago de ciertos impuestos. Los programas específicos debían ser breves y atractivos, para desarrollar sus habilidades prácticas, calculando el momento en que se debían impartir; había que crear escuelas rurales para las poblaciones dispersas y escuelas normales especiales para formar a maestros destinados a las escuelas elementales de los indígenas. La tarea del Estado debía encaminarse a controlar la formación de hombres prácticos, no de ciudadanos morales. Sin embargo, para “civilizarlos” no bastaba la instrucción intelectual, física y moral, convenía ir más allá y destruir los signos y símbolos de la heterogeneidad étnica, a los que los indígenas se aferraban inexplicablemente. Sólo así se obtendría la homogeneidad, esa “raza mistada” que constituiría un escalón más alto en el proceso civilizador. La mezcla del indio con el ladino debía realizarse a todos los niveles: biológico, social, cultural, lingüístico, religioso, etc.
7 En segundo lugar, proponía el restablecimiento del “Protector de indios” a escala nacional y de sus delegados departamentales y municipales, y la creación de “Sociedades protectoras de indígenas” en las cinco repúblicas, que fueran autónomas y poseyeran canales de intercomunicación. Esta vuelta al sistema colonial chocaba con la idea igualitaria de la libertad civil que habían defendido los liberales de inicios de siglo, porque no confiaba en absoluto en la autonomía individual de los indígenas para protagonizar en solitario este proceso, necesitaban esta “tutoría”. En tercer lugar, abordaba también una nueva reorganización de la población indígena, dividiéndola, y reestructuración territorial. Había que censar a la población indígena y reformar los asentamientos y las comunidades indígenas. Con esta reorganización territorial se modificaban, en dirección a alcanzar una mayor homogeneidad, la diversidad asociativa indígena (tribus, agrupaciones, pueblos), aunque estos últimos tuvieran un cierto grado de civilización, y sus distintos niveles culturales, lo que incrementaba la complejidad de la remodelación política y económica, y las directivas de gobierno destinadas a disgregar a las comunidades más compactas y a reagrupar a los grupos más dispersos. Estos nuevos repoblamientos perseguían además alterar las costumbres; modificar el sistema de propiedad de la tierra; fomentar la agricultura y sobre todo mezclar las razas india y ladina; pero esta reordenación geoestratégica afectaba casi exclusivamente a los asentamientos indígenas, respondiendo a un proyecto económico bien definido: el de despojarles de la propiedad de la tierra a quienes se negaran a ser asimilados, para dársela a quienes poseyeran ya un pequeño capital con lo que se cumplía el objetivo de crear una categoría de pequeños propietarios indígenas cuyas necesidades de consumo impulsaran el progreso económico del país.
8 Mediante todos estos cambios, Batres avanzaba hacia la nación homogénea, pero no por la fuerza unificadora de la ciudadanía, sino por la uniformidad racial, puesto que las razas que no se adaptasen desaparecerían o serían marginadas. Reconocía que la heterogeneidad social tenía fundamentos raciales que abrían el camino a la exclusión de una gran parte de la población de la categoría de ciudadanos, sobre todo de los indígenas que se obstinaban en mantener sus usos y costumbres, sus trajes y sus lenguas. Para acabar con la diversidad racial, había que transformar las relaciones socio-económicas, convirtiendo a los indígenas en campesinos o quedarían excluidos del proyecto de nación por bárbaros o incivilizables. Así se justificaba la presión de la expansión y diversificación agrícola que imponía despojarles de las tierras que aún conservaba y usurpárselas a los indígenas, para iniciar los cultivos agroexportadores a gran escala. El proyecto de nación de Batres se presentaba claramente excluyente, en una de las versiones más duras de la teorización sobre los métodos para hacer que los indígenas dejasen sus culturas, para iniciar el camino de la civilización ladinizada y, en un futuro más o menos cercano, podrían llegar a ser ciudadanos. La condición de ciudadano no les correspondía como derecho automático, ni las leyes podían ser igualitarias o comunes para ellos, por una incapacidad natural, biológica y psicológica que reforzaban sus hábitos y costumbres adquiridas. Que no fueran responsables de su decadencia, no eludía su obstinado deseo de seguir manteniendo estas tradiciones. Solo quienes integrasen esa clase racialmente “mistada” y con la lengua y la cultura ladina, serían “tutelados” y podrían recibir como incentivo tierra, que les convertirán en pequeños propietarios individuales. En caso opuesto, no quedaba otra vía que su desaparición forzosa.
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