SANTA CRUZ, Ignacio
- Cargo o principal ocupación:
- Cura propio y labrador
- Nació:
- En Santiago Guatemala
- Murió:
- Hacia enero de 1793
- Padres:
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1Hijo de don Antonio Santa Cruz y doña Catalina de Espinosa
- Resumen:
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1Si no fuera por su testamento, que debidamente redactó poco antes de morir, tendríamos muy pocos datos para reconstruir la vida de este cura, bachiller en teología, que fue durante muchos años encargado de administrar los sacramentos en el pueblo de San Raymundo ubicado a unas siete leguas de la capital del Reino. El testamento sigue siendo la fuente privilegiada para la historia social, incluso para los actores sociales alejados de los centros de poder y poco sensible a la vida política fuera de su alcance local.
2Esta práctica de redactar un testamento – que se origina en la antigüedad – en el siglo XVIII estuvo bien anclada en las mentalidades, divulgada por capilaridad hacia los más pobres. La Iglesia institucional siempre mostró el ejemplo y pidió a sus curas de ordenar sus asuntos personales ante notario antes, de fallecer. La razón de esa verdadera “política eclesiástica” tenía que ver con el interés inmediato de una institución deseosa de premunirse de los efectos que pudieran ocurrir cada vez que una persona le hiciera donaciones. Éstas podían ser cuantiosas y podían privar de mucho dinero a los herederos naturales de los bienes del difunto.
3Ignacio Antonio Santacruz murió hacia 1793 y pidió ser sepultado en la iglesia de su parroquia, lo que era bastante común en la época. Su albacea fue Felipe Salazar – quizás un pariente del que fue muchos años cura de San Juan Sacatepéquez, don Ignacio Salazar -, un vecino del mismo pueblo, que no está bien identificado por el documento, pero que debía ser un hombre de confianza desde muchos años atrás. El testamento, redactado ante el notario José Díaz González, menciona que el padre cura no se limitada a los asuntos directamente celestial sino que administraba directamente un trapiche nombrado San Diego, que había comprado a don Juan Santa Reyes en dos mil pesos y que era libre de todo gravamen. Esta propiedad pasó después a mano de su hermano José Antonio, capellán del monasterio de Capuchinas.
4Además estaba en posición de prestar dinero: el crédito era una potente herramienta de control y un elemento de poder. Así Jacinto Blanco, vecino de San Raimundo, pudo comprar, en 1784, una labor nombrada la Ciénega [sic] cita en términos del mismo pueblo por 2000 pesos porque nuestro padre cura le había suplido dicha cantidad. El padre cura tuvo suerte porque el hombre, seguramente un ladino del pueblo, pagó el rédito correspondiente con regularidad. Claro que el préstamo se había hecho con calidad de que si no pagaba los dos mil pesos había de devolver la labor, es decir, que las actividades financieras de Santacruz tenían como fin siempre escondido de incrementar sus bienes raíces.
5Era también dueño de una biblioteca sin que sepamos cuantos libros tenía, pero sólo un cierto poder de adquisición permitía la constitución de dichas bibliotecas, tomando en cuenta el alto precio de los libros. En consecuencia, es difícil decir lo que hacía Santacruz con la plusvalía sacada del campo; sin embargo, es posible que la parte destinada a aliviar la condición de los más pobres no fue la más grande. Otros de sus bienes, como lo vimos, pasaron a mano de su hermano José Antonio Santa Cruz, escapando por un tiempo más a la Iglesia institucional.
6 Más allá de estos datos sociales, el arzobispo Pedro Cortés y Larraz lo encontró durante su visita pastoral y mencionó que era coadjutor en la parroquia de San Juan pero en esta época estaba “de pie en el pueblo de San Raimundo”; la separación de la parroquia de San Juan se hizo seguramente poco tiempo después a favor del padre Santacruz. El arzobispo dice que era de “mediana edad media y reputado por hombre juicioso”. En 1770 había más españoles y ladinos en San Raimundo (646 personas) que en San Juan (281).
Más tarde, en junio de 1786, Ignacio Santa Cruz apadrinó al futuro Obispo de Guatemala don Francisco de Paula García Peláez, sin que sepamos con precisión el grado de afinidad que unía a nuestro cura con la familia del futuro Obispo, aunque el hecho de que la familia del Obispo era oriunda del pueblo de San Juan Sacatepéquez evidencia la presencia de un conato de familia local unida por lazos de compadrazgos capaces de servir al grupo adecuadamente. Es interesante, de hecho, señalar que en sus últimas voluntades figura una donación de 200 pesos a su sobrina Clara Espinosa, religiosa en la orden de Belén de la ciudad de Guatemala y que José Maria Espinosa y Falla fue nombrado capellán de las Capuchinas en lugar de su hermano. Son lazos complejos, silenciados por el peso de una historia de la familia que siempre tiene sus lagunas, pero son vigorosos y bien operativos. Terminamos con el vinculo que unía la familia Marroquín y la Espinosa de San Juan Sacapéquez: el cura José Gregorio Marroquín pidió como albacea al mismo José María Espinosa y Falla y la madre de Gregorio era pariente del Obispo Francisco de Paula García Peláez .
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