Ficha n°102
GARCÍA JEREZ, Nicolás
Cargo: Obispo de Nicaragua.
Nació: 28 de enero de 1757 en Murcia .
Murió: 31 de julio de 1825 en la Ciudad de Guatemala.
Padres: Simón García (Murcia) y doña Josefa María Jerez y Poyo (Alicante). Abuelos paternos: Matías García y Rosa García (ambos de Murcia); abuelos maternos: Joseph Jerez y María Manuela Poyo..
Resumen: En la ciudad de Murcia, el 30 de enero de 1757, Francisco Grau y García, cura de la parroquia de San Bartolomé, bautizó a Nicolás Julián Antonio. El padrino fue Antonio Villalta. El 25 de julio de 1806, el Consejo de Indias nombró a Nicolás García Jerez obispo de Nicaragua, obispado que estaba vacante desde 1803 a cargo de Juan de Vílchez y Cabrera, deán de León. Llegó a Nicaragua acompañado de Bonifacio Martínez, presbítero, natural de la villa del Horno, diócesis de Cuenca; de José Díaz, de 17 años, natural de Granada; Francisco Campoy, de 16 años, natural de Cartagena; y del fraile dominico José Antonio Campoy, natural de Granada. Pasaron por la ciudad de Tegucigalpa, por lo que seguramente su barco atracó en el puerto de Trujillo. Allí, según Marure, recogió a Cleto Ordóñez, su futuro doméstico.
Apenas instalado en la calurosa ciudad de León, el obispo enfrentó nuevos elementos y tendencias en el mundo colonial. Las luchas políticas en esta parte del Reino de Guatemala se pusieron tensas a fines del año de 1811, y la influencia de la Iglesia fue insuficiente para mantener el orden y la paz. La noche del 13 de diciembre de 1811, cayó el gobierno de José Salvador. Los insurgentes formaron una Junta Gubernativa y, hasta hoy, no son claras las razones que llevaron a los insurgentes a nombrar presidente al obispo Nicolás García Jerez, responsabilidad que asumió hasta febrero de 1812. Sólo tenemos la versión del mismo obispo: "En la mañana del 14 de diciembre en la Sala Capitular al tiempo de la dichosa instalación de la Junta Gubernativa, me paré firme, en dos cosas, la primera que se había de borrar el dictado de Representantes por Granada, Segovia y Nicaragua, y la segunda, que si no se reconocía la subordinación a esa superioridad, no sólo no me sentaba en la burlesca silla de Presidente, sino que salía inmediatamente a la plaza, y permitiría, primero me cortasen la cabeza que faltar a mi deber. Las impuse, accedieron a uno y otro, y si he hecho alguna cosa a costa de mi salud y de mi honor ha sido impedir se proclame la Independencia y derrame sangre de los Europeos, y se les disipen todos sus proyectos de erigirse Soberanos". Al mismo tiempo, lo reconocieron como gobernador intendente, tras haber hecho celebrar elecciones para formar una junta de gobierno con representantes políticos de cada barrio de la ciudad. De esto, Alejandro Marure cuenta cómo, el 22 de diciembre de 1811, el pueblo granadino desconoció a la Junta de León y obtuvo la deposición de todos los empleados españoles. El 8 de enero de 1812, los granadinos se apoderaron sorpresivamente del fuerte de San Carlos, encarcelando a los jefes europeos. Los españoles se reunieron en la villa de Masaya y pidieron auxilios. Más de 1.000 hombres se juntaron en dicha villa, a las órdenes del sargento mayor Pedro Gutiérrez, listos para tomar Granada. Acompañado de su fiel secretario, Fray Ramón Rojas de Jesús María, el obispo dirigió las operaciones con el fin de pacificar la provincia y comisionó al padre Benito Soto para obtener la rendición de los granadinos, lo que fracasó por completo por la traición de este padre. Sin embargo, en febrero de 1812 toda la región estaba completamente bajo su mando y escribió al Capitán General Bustamante que:"se acabaron las criminales esperanzas que pudieron abrigar los discolosos o los novadores imprudentes (...)” y no desmentía que la asonada había sido fuerte: "verdaderamente el mando ha estado en ellos....". En un informe reservado al rey, el Capitán General hizo su propio análisis de los acontecimientos y sugirió que mientras la situación permaneciera tensa convenía dejar el poder al obispo: “El brigadier D. José Salvador no es ya posible que vuelva a reasumir su gobierno. Llevaba en él sobre veinte años; su edad es casi octogenaria. Causa de su desgracia es que mucho antes no se le haya relevado, como parece lo propuso mi antecesor”.
El obispo trató de convencer a las Cortes reunidas en Cádiz de emitir un decreto ley para la fundación de la Universidad de León, observándose el reglamento de la Universidad de Guatemala, mientras las Cortes sancionaban el plan general de estudios para todas las universidades del Reino.
En septiembre de 1821, ante la Independencia en la provincia de Nicaragua, el obispo no renunció a sus convicciones pro-españolas y logró que se firmase el acta conocida como de los “Nublados”. Este documento fue firmado, entre otros, por: el Doctor Manuel López de la Plata, el presbítero Pedro Solís, Miguel González Saravia, Vicente Aguero, Joaquín Arechavala, Domingo Galarza, Pedro Portocarrero, José María Ramírez, Agustín Gutiérrez Lizaurzabal, y Juan Francisco Aguilar, secretario de la diputación provincial y del prelado. Se acordó sobre “la absoluta y total independencia de Guatemala, que parece se ha erigido en soberana” y que “la Independencia del gobierno español, hasta tanto que se aclaren los nublados del día y pueda obrar esta provincia con arreglo a lo que exigen sus empeños religiosos y verdaderos intereses, con arreglo a la constitución y a las leyes”; postura conservadora para mantener un vínculo con España. La poca documentación primaria que se conserva sobre el pensamiento político de los actores, no permite hacer aseveraciones definitivas; consideramos que había una clara voluntad de redactar un texto lleno de ambigüedades, para poder acomodarse a las futuras opciones políticas que se iban a dibujar más adelante. De hecho, el 13 de octubre, el Obispo y los sacerdotes seculares de León juraron la independencia del gobierno español, replegándose al muy conservador Plan de Iguala. Parte de los granadinos aspiraban a cambios más profundos, lo prueba el cuartelazo, en enero de 1823, del oficial Cleto Ordóñez a favor de la instauración de una República. La situación cambió tras la caída de Iturbide y la llegada al poder, en León, de una junta de corte liberal que intensificó la lucha política. Las divisiones internas no permitieron a la provincia recobrar la paz y seguir el proceso político que se vivía en Guatemala con el trabajo de la Asamblea Nacional Constituyente. Sólo la intervención de las tropas federales de Manuel José Arce restauraron el orden, y el obispo fue expulsado de la ciudad en marzo o de abril de 1825.
Ya enfermo, el 9 de julio de 1825 redactó su testamento ante el escribano José Francisco Gavarrete. Estaba hospedado en el convento de Santo Domingo de Nueva Guatemala, a donde llegó de la ciudad de León con el coronel Joaquín Arechavala y su hija Joaquina. Sólo mencionó que debía 700 pesos al administrador del Correo Manuel Antonio de la Peña; y 700 fanegas de cal y cierta cantidad de ladrillo que mandó invertir en un puente —quizás el puente de mampostería sobre el Río Chiquito, que une la ciudad de León con el barrio de Guadalupe— y en alguna otra cosa útil para el pueblo. Terminó la construcción de la actual catedral, que se había empezado en 1747, edificando las torres y el frontispicio. Sus restos fueron traslados a la Catedral de León, en 1854, por el canónigo Remigio Salazar y por encargo del cabildo eclesiástico.