Ficha n°98
GONZÁLEZ BATRES, Juan José
Cargo: Canónigo del cabildo eclesiástico de la Ciudad de Guatemala.
Nació: 23 de junio de 1726 en Santiago de Guatemala.
Murió: 15 de noviembre de 1807 en la Ciudad de Guatemala.
Padres: Don Juan José González y Alvarez (1685-1752) y doña Juana Arrivillaga y Roa .
Resumen: Como la mayoría de las familias que deseaban dejar huellas de su linaje para el futuro, los González Batres —y el Estado central que siempre mantuvo buenas relaciones con estos grupos— conservaron una masa importante de documentos en los archivos haciendo la fortuna de los genealogistas a veces hasta contratados para seguir la pista de sus antepasados. De hecho no es extraño que tengamos ya una buena serie de trabajos que mencionan el papel clave jugado por esta familia, en el siglo XVIII principalmente. A pesar de ser un hombre que decidió dedicar su vida a Dios, el deán Juan José González Batres y Arrivillaga representa sin duda el arquetipo de estos hombres que lucharon para defender a su familia y evitar su disgregación. Durante su larga vida, este padre tuvo la máxima autoridad dentro de su grupo y dirigió la cultura en su hogar. Además, aunque por falta de espacio no podemos desarrollar aquí la magnitud de su poder social, queremos insistir en el “nudo social” que pudo constituir en su tiempo la figura de Juan José.
De hecho, sus familiares rodean todas las etapas de su larga carrera. Su padre, Juan José, había elegido a su hermana Lucía como madrina pensando hacer de él el continuador de su política familiar. ¿Cómo entonces explicar lo vocación religiosa de Juan José? Es indudable que no hacían falta los varones dentro de su familia, y es posible que la carrera eclesiástica haya estado percibida como más honorable que cualquier otra. Se puede, sin embargo, adelantar otras explicaciones sin que tengamos ninguna certeza: ¿decepción amorosa en su juventud, o vocación sacerdotal temprana debido a sus relaciones sociales? En todo caso, esa decisión iba hacer de él, el personaje más importante de la vida religiosa en la segunda parte del siglo XVIII y el hombre clave de la familia González Batres. Sirvió su primer beneficio en el cabildo eclesiástico de la ciudad en 1779 y se mantuvo allí 28 años (con una renta anual que superó siempre los 3.000 pesos) negándose a dejarla en 1793 cuando el rey le propuso el obispado vacante de Santa Marta, en Nueva Granada.
La actitud de su padre es poco común porque hizo de él, en su testamento redactado en 1752, su heredero principal dejando el cuidado de la casa familiar y de sus 10 tiendas. Organizó un pequeño mayorazgo —llamado vinculo en el documento— de 17.586 pesos (11.500 pesos del costo de la fabricación de la casa, 3.500 liquidación de un censo que la gravaba, 700 pesos de un escaparate, 600 pesos de pinturas religiosas y 1.000 pesos en efectivo para pagar sus funerales): «Mando es mi voluntad (...) que las dichas casas morada con sus accesoriales quedan como van expressadas en vinculo perpetuo, (..) para cuio goze llamo en primero lugar a mi hijo el Doctor Juan Jose Rafael Joaquin con la calidad de que el susodicho,(...) puedan vender ni gravar las dichas casas como ni sus accesorias en cosa alguna de censo, ni otra alguna qualesquiera que este gravamen.». Esta cantidad de la herencia era sólo una parte de su capital porque su decisión de abrazar la carrera eclesiástica le facilitó el goce de distintas ramos de capellanías. Así cuando se ordenó en 1748, decía tener 4.200 pesos de capellanías y poco a poco se juntaron otros ramos de las mismas.
Mientras en Madrid se tramitaba su futura promoción al cabildo eclesiástico, sus estudios y sus relaciones sociales le abrían las puertas del profesorado en la Universidad. Tenía un título de abogado de la Real Audiencia y dos títulos de doctor en Teología y Derecho Canónigo. En 1750 el obispo Pardo de Figueroa determinó nombrarlo promotor fiscal de la curia y como lo narra John Tate Lanning, este obispo siguió su aviso cuando se trató de trasladar la Universidad a un lugar más cercano al Colegio Seminario. Además de esta influencia política sobre el obispo podía prevalecer de una relación privilegiada con la pudiente familia Montúfar. El parentesco vinculaba a Juan José a este otro grupo. Su tío, Miguel Francisco Montúfar, era entonces deán del cabildo eclesiástico. Durante el largo conflicto entre las autoridades eclesiásticas y reales, provocado por la decisión de trasladar Santiago de Guatemala debido a su destrucción parcial tras unos terremotos, el canónigo adoptó, según parece, una postura de prudencia y finalmente apostó en la tradicional alianza entre la espada y el báculo que reinaba desde los Austrias.
Esta decisión lo favoreció en todo concepto y ayudó a consolidar aún más sus posiciones: durante 20 años fue tesorero de la venta de las Bulas de la Santa Cruzada, era confesor de las monjas Capuchinas (donde fue sepultado) mientras el comerciante Juan Fermín de Aycinena se encargaba de administrar las finanzas de este mismo convento, facilitó las carreras de sus sobrinos Juan José Batres y Muñoz y Diego Batres y Nájera. Actuó durante toda su vida como el verdadero patriarca de la familia González Batres, investido como estaba de la autoridad de su padre. Se encargó de ejecutar el testamento de todos sus hermanos. Hasta su fallecimiento parece que logró conservar una cierta cohesión familiar aunque se tendría que afinar esta impresión.
Por lo que toca a las devociones, la familia Batres se inclinó hacia los Franciscanos: Juan José fue mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora de la Concepción, fundada en la Iglesia del convento de San Francisco —la cual sirvió frecuentemente como fuente de crédito para los allegados del canónigo— y esta relación era antigua ya que su padre asumió también esta misma función (véase el testamento de 1752). Este vínculo era operativo cada vez que un ritual importante de la vida venía a romper lo cotidiano: por ejemplo su partida de bautismo nos dice que fue bautizado por el franciscano Alonso Del Castillo.
En su testamento distribuyó su fortuna entre los miembros de su grupo, dando, por ejemplo, 500 pesos a cada una de sus sobrinas, fundando igualmente numerosas obras pías a favor de los pobres o para introducir el agua al hospital de San Juan de Dios, o participar en los gastos del colegio de Seises. De hecho, la mayoría de sus bienes fueron transformados en obras pías en beneficio de la Iglesia en general y particularmente a sus dos sobrinos Juan José y Diego que habían optado por seguir una carrera eclesiástica. Su acción social era sin embargo muy tradicional y cuando se trataba de abrir las puertas de la Iglesia a los ladinos adoptaba posiciones muy conservadora. Así, se pronunció claramente contra las diligencias practicadas por Joaquín Aceytuno, hijo natural, para ser ordenado. Decía que el defecto de legitimidad resultaba completamente justificado y aún cuando se dispensara, pensaba que era necesario ampliar la información de calidad.
Murió en 1807, pidiendo entonces que se dijeran 1.000 misas con la limosna de ocho reales cada una, en esta forma: 200 en la misma iglesia de las Capuchinas y las 800 restantes en la del Colegio de Christo. Nombró a José Antonio Batres para ser su albacea.