¿Liberales contra conservadores? Las facciones políticas en El Salvador del siglo XIX.
- Autor(es):
- Sajid Alfredo Herrera Mena
- Fecha:
- Febrero 2008
- Texto íntegral:
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Introducción
2El régimen representativo salvadoreño durante el siglo XIX (sufragio ciudadano, “partidos”, campañas electorales, etc.) no ha gozado del interés merecido por parte de los investigadores. Antonio Annino ha sostenido que en América Latina ha prevalecido una especie de “leyenda negra” sobre las procesos electorales decimonónicos. El caudillismo, las guerras civiles, los fraudes, etc. han sido algunas de las razones aducidas para explicar el fracaso del sufragio latinoamericano1. No estoy seguro que ese haya sido el caso para explicar la ausencia de estudios en El Salvador. De cualquier forma, una cosa es cierta: tales ausencias invitan a reflexionar y revisar la experiencia de la representación política salvadoreña en el siglo XIX.
3A lo largo de esa centuria las facciones en El Salvador lograron constituirse como agrupaciones menos efímeras pero cuya denominación, “partidos”, distaba mucho de representar a los institutos que ahora conocemos con ese nombre. Asimismo, sus ideologías entraron en un proceso de madurez; no obstante la lucha entre “liberales” y “conservadores” fue, en unos casos, una ficción – creada por las facciones en contienda, los intelectuales masones, los reformadores anticlericales de 1870 a 1880 así como también las publicaciones periódicas – y, en otros, tan solo una faceta de la variedad de posturas ideológicas2. En toda esta dinámica la prensa escrita tuvo un protagonismo indiscutible pues construyó una opinión pública, generó acalorados debates y polémicas así como también colaboró con la movilización de los sufragantes.
4En este ensayo mostraré, haciendo uso en gran medida de las publicaciones periódicas y centrándome en ciertos períodos del siglo XIX, que el calificativo partidario de liberales y conservadores utilizado por algunos estudios de historia política en el siglo XX3 no explica la riqueza, variedad y matices con que las facciones decimonónicas se concibieron a sí mismas. A manera de hipótesis, en lugar de la lucha entre liberales contra conservadores, el siglo XIX experimentó una diversidad “partidaria” – centralistas, federalistas, liberales católicos, liberales anticlericales (católicos, masones), etc.-. Todos ellos coincidieron en la construcción de un régimen republicano, interpretándolo, en términos generales, como la asociación de ciudadanos basada en los principios de soberanía del pueblo, sufragio, división del poder, libertades civiles y políticas, virtudes cívicas, preceptos morales o religiosos. Esta diversidad partidaria tuvo sus orígenes en las posturas republicanas sustentadas desde 1821 por los criollos san salvadoreños frente a los monarquistas.
5Algunos ejemplos ilustrarán la anterior idea sobre las coincidencias en torno al sistema republicano. Haciendo una evaluación de la Constitución federal de 1824 en torno a lo aplicable de sus principios o de lo que se había apropiado de la Constitución estadounidense, Manuel José Arce sostenía hacia 1846: “El principio republicano: el de la soberanía del pueblo: el de la libertad de imprenta: el de la seguridad individual y de la propiedad; y el de la fusión de castas y unidad de origen nacional, son propiamente nuestros4”.
6Luciano Hernández, intelectual del régimen de Francisco Dueñas y de Rafael Zaldívar, afirmaba en 1863 que “el libre sufragio popular, la independencia de los tres poderes y la libertad de imprenta, (...) constituyen la esencia del sistema republicano, popular y representativo5…”. Más incisivo fue un editorial del periódico El Faro salvadoreño hacia 1870 el cual defendía, en contraposición a los sistemas monárquicos, la proclividad del régimen republicano a la defensa de los derechos civiles por su misma naturaleza. En un régimen como ese la sociedad siente más que en cualquier otro el ejercicio de sus derechos: “Este gobierno por su institución representa directamente al pueblo, y la opinión general de éste es su consejero bastante explícito en orden á los bienes sociales de que quiere naturalmente disfrutar. Basta pues que su representante reconozca ese voto general a favor de los verdaderos intereses del país, para que no solamente con el ejercicio de su autoridad, sino también en perfecto acuerdo con la voluntad nacional sea el ejecutor más poderoso de las leyes protectoras de la justicia, de la paz, de la libertad, del trabajo6...”.
7Estudios recientes han señalado lo inadecuado de continuar calificando a los líderes salvadoreños como simplemente “liberales” o “conservadores”. El régimen de Gerardo Barrios, a juicio de Adolfo Bonilla, más que liberal puede denominarse “absolutista” pues buscó la transformación sociopolítica del país a través del culto a su personalidad, la violencia a cualquier precio, utilizando el método del despotismo ilustrado. En cambio, estadistas como Francisco Dueñas, denominado “conservador”, fueron liberales constitucionalistas. Para Bonilla esa fue la división “partidaria” del liberalismo a partir de la década de 1840: absolutistas y constitucionalistas7. En este trabajo no pretendo centrarme en los líderes decimonónicos sino en las propuestas republicanas de las facciones o partidos. Si bien Bonilla ha elaborado una tipología partidaria, este trabajo quiere abordar aspectos no tratados por él como por ejemplo el rol de la religión o la Iglesia; aspecto que se volvió fundamental, sobre todo durante el reformismo liberal anticorporativo entre 1870 a 1880.
8A pesar que en muchas ocasiones pasaron desapercibidas por la narración periodística, las facciones o “partidos” desempeñaron un rol decisivo en los eventos electorales. Como mencioné anteriormente, en el siglo XIX no existieron asociaciones políticas en la acepción contemporánea del término; más bien actuaron organizaciones basadas en diversas clientelas y el personalismo, aunque poco a poco fueron madurando y perfilando con mayor fineza sus posturas ideológicas. De hecho fueron “lugares” para la construcción de las diversas tradiciones políticas8. Según Jorge Luján Muñoz antes de la independencia del Reino de Guatemala las diversas tertulias patrióticas y asociaciones ciudadanas, promovidas por el régimen constitucional español, se constituyeron en el antecedente de los “partidos políticos” de la capital del Reino. Fue así que se organizaron hacia 1820 los denominados, peyorativamente, “cacos” y “bacos”, contando cada uno con su respectivo periódico9.
9Sin embargo, fueron los clubes electorales los que realizaron el trabajo operativo (supervisión del proceso electoral, elección de candidaturas, movilización de los votantes, etc.). Los clubes fueron “asociaciones operativas” al interior de cada partido o facción10. En El Salvador pareciera que los clubes electorales fueron de creación tardía pues no hay noticias de ellos en las primeras décadas del siglo XIX. Tenemos noticias de ellos, por ejemplo, cuando el partido republicano salvadoreño, fundado en mayo de 1886, se preparaba para las elecciones presidenciales de fines de ese año. El partido tuvo la iniciativa de incitar a sus competidores a formar clubes, enviando representantes a la capital “para compactar la opinión respecto de los candidatos” que debían llegar a la más alta magistratura. Sin embargo, manifestaba que su llamado no tuvo eco. Además, al percatarse de la pasividad de la prensa en general por no haber insinuado alguna candidatura, llegó a proponer a dos por su popularidad: a los médicos Nicolás Angulo y Rafael Ayala, para presidente y vicepresidente, respectivamente. El partido les llegó a ofrecer todo su apoyo y llamó a la ciudadanía a votar por ellos para derribar de una vez para siempre a gobiernos de hecho – en clara alusión al régimen del general Francisco Menéndez – y transitar a gobiernos de derecho11.
Republicanos, monárquicos, liberales y serviles, 1821-1830.
10Con la independencia de España, las provincias hispánicas abrazaron el modelo republicano. Ese fue el caso de ciertos dirigentes criollos del Reino de Guatemala. Una vez lograda la independencia de esta Capitanía general, en septiembre de 1821, la nueva autoridad, la Junta provisional consultiva, anunció elecciones para fines de ese año en las que se elegirían diputados de todas las provincias del Reino con el fin de que decidieran el futuro político del Istmo en un congreso a instalarse en marzo de 1822. Pero no tardaron las discrepancias entre los que estaban a favor de una anexión al Imperio mexicano y los que deseaban una República federal al estilo estadounidense. Al final, terminó prevaleciendo entre la mayoría de los miembros de la Junta provisional, entre ellos su jefe político, Gavino Gaínza, la idea de anexar el Istmo al Imperio mexicano que pregonaba Agustín de Iturbide. Influyeron en tal decisión las misivas intimidantes que envió este último a Gaínza y la presión de personajes como Juan José Aycinena, miembro de una de las familias más influyentes y poderosas del Reino. La Junta provisional convino entonces no esperar la decisión del congreso de 1822 sino más bien escuchar el parecer de todos los pueblos del istmo, confiando quizás obtener una abrumadora adhesión de estos al plan de Iturbide.
11Por su parte, algunos dirigentes criollos, vecindarios y ayuntamientos de la Provincia de San Salvador tenían cifradas sus esperanzas en el congreso de 1822 no sólo por razones políticas (esperando una resolución favorable para constituir una República en el antiguo Reino), sino también por razones económicas: muchos de ellos eran productores-comerciantes de añil y creían que si había una anexión al Imperio mexicano continuarían las vejaciones de los comerciantes-exportadores de ese producto, radicados en la ciudad de Guatemala, capital del antiguo Reino. La idea no era descabellada teniendo en cuenta que familias pertenecientes a ese círculo de comerciantes-exportadoras, como eran los Aycinenas, apostaban por el Plan Trigarante de Iturbide el cual les aseguraba la defensa de sus antiguos intereses y privilegios. Una República en el Istmo permitiría a los productores-comerciantes provinciales mayor autonomía política y económica con respecto a la capital del antiguo Reino. De hecho, los criollos san salvadoreños ya habían preparado el camino autonomista al erigir en noviembre de 1821 una Diputación provincial12.
12Tanto el vecindario como el ayuntamiento constitucional de San Vicente, en el centro de la Provincia de San Salvador, estaban claros en hacer depender su futuro del congreso nacional. Sin embargo, el número cada vez mayor de poblaciones del antiguo Reino de Guatemala que se adherían al proyecto imperial mexicano, rechazando al congreso nacional, comenzaba a preocupar demasiado a ayuntamientos como el de San Vicente. Esta corporación estaba clara en su postura. El 27 de noviembre le comunicaba al jefe político Gaínza que “aunque opina por una republica democrática absolutam[en]te. independiente” no pretendía imponer su sentimiento a las demás poblaciones y provincias del antiguo Reino de Guatemala, sino discutirla en el afamado congreso de marzo13.
13Los republicanos san salvadoreños formaron una amplia red de familias, clientelas y poblaciones. Sus núcleos principales se hallaban en la ciudad de San Salvador y en San Vicente. Varios vecinos san salvadoreños adeptos al proyecto mexicano del Imperio (los “monárquicos”) se dirigieron en 1822 al general napolitano-mexicano, Vicente Filisola, encargado de las milicias imperiales en Centroamérica. Describieron a su oponentes, los republicanos, como “una sola familia”, la cual repugnaba el “bello orden” de la monarquía para abrazar la inestabilidad bajo los lemas de “Soberanía del pueblo”, “república”, etc. “Todos componen una familia – le decían a Filisola – en que hay reunidos, consanguíneos, afines, sirvientes y dependientes cómplices”. Denunciaban la persecución sufrida por todos aquellos que “se sospechaba que no convenían con el sistema de República, estando de parte del Estado Monárquico Imperial”.
“Estos hechos tan notorios –finalizaban diciendo- (...) comprueban el despecho de los autores cómplices en aquella facción que ha querido disponer de la suerte de todo un vecindario que tuvo la honra de reconocer la Monarquía, sin seguir ejemplo contrario14”.14La misma Gaceta Imperial de México los describió como “un partido” formado por algunas ciudades (San Salvador, San Vicente y San Miguel) en donde ciudadanos “alucinados” por vanas teorías querían realizar en un pequeño territorio lo que en lugares con mayor población, riqueza y luces era difícil de conseguir15. Pero los republicanos vicentinos ya habían formulado meses atrás una solución a esta dificultad. Con un lenguaje guerrero16, creyeron que la libertad era uno de los atributos históricos del Reino. Previo a la conquista y durante la dominación española el Istmo era independiente de los demás reinos de la América. Juró su separación de España sin que ninguna fuerza exterior lo obligase, constituyéndose en nación absolutamente libre. ¿De dónde entonces, se preguntaban, nacía aquella opinión entre algunas provincias y pueblos de someterse a un imperio extraño como el mexicano? La respuesta la encontraron en el envilecimiento que la esclavitud de la colonia les había infundido. Para el ayuntamiento de San Vicente era admirable lo que hacían los mexicanos por recobrar su libertad; sin embargo, las provincias del Reino debían seguir su propio camino pues su territorio gozaba de fuerza, riqueza e ilustración. Y aunque ciertamente, comparados con México, eran pobres “mas ¿por qué lo somos, viviendo en un suelo amplio, hermoso, fértil y abundante en toda clase de productos y tesoros? ¿No es la esclavitud la que nos ha reducido o mantenido en esta miserable situación…?”.
15En todo caso, finalizaban, el poder de las naciones se hallaba en la fuerza moral de “las virtudes, la unión y el ardiente amor a la patria”, no en su riqueza física17. La postura vicentina, al igual que la de otros ayuntamientos y actores sociales de la Provincia san salvadoreña, bien podría catalogarse como expresión de una de las primeras facciones políticas surgidas en la etapa independentista, la cual contó con un apoyo supra-local del mismo modo que la tuvieron los denominados “monárquicos”.
16 Unas semanas más tarde el antiguo Reino de Guatemala quedó incorporado al Imperio mexicano, salvo pequeñas regiones insubordinadas como fue el caso de la zona central de la Provincia san salvadoreña. No obstante, cuando cayó el Imperio de Iturbide a inicios de 1823, los centroamericanos eligieron a sus diputados para la Asamblea Nacional Constituyente la cual dictaminó, con la Carta Magna de 1824, la formación en el Istmo de una República Federal. Lo importante a destacar aquí es que durante 1821 a 1823 se formaron dos grandes facciones o “partidos” (“republicanos” y “monárquicos”), que en la semántica de la época se definían como “grupos de opinión18”. Ahora bien, al interior de la Asamblea Nacional Constituyente de 1823 estos dos “grupos de opinión” sufrieron algunas transformaciones. En realidad, los antiguos monárquicos tuvieron que ceder a los principios del republicanismo.
17Alejandro Marure comentó que se formaron dos partidos: el “liberal”, denominado igualmente como “anarquista” y “fiebres”, por la pasión con que emitían sus opiniones y el partido “moderado”, “servil” o “aristócrata”. El primero estuvo integrado en su mayor parte por los republicanos y por algunos que aspiraron a favor de la anexión al Imperio mexicano. El segundo, por las familias nobles, los imperiales y algunos republicanos “capitalistas”, es decir, guatemaltecos que temían la preponderancia de las provincias sobre los antiguos privilegios e influjos con que había gozado la capital del antiguo Reino. El primero apostaba por el sistema federal; el segundo por el centralismo, aunque en un inicio tuvo que ceder ante la abrumadora mayoría republicana19. Estos republicanos “capitalistas” que menciona Marure seguramente fueron Francisco Córdova, José María Castilla y Fernando Antonio Dávila quienes prefirieron el centralismo al federalismo al ver los defectos de este último. No así, Barrundia y Molina.
18Tal como han sostenido Arturo Taracena y Jorge Mario García Laguardia, el centro de la disputa al interior de la Asamblea Nacional, y de allí en adelante, entre lo que la tradición ha denominado “liberales” y “conservadores”, fue decidir entre el proyecto centralista y el federal. De acuerdo a los centralistas, el sistema federal fragmentaría al antiguo Reino al conceder poderes autónomos a las provincias. Afirmaban que las provincias no eran autosuficientes; la falta de comunicación entre ellas, el analfabetismo, la poca ilustración, el pequeño número de personas preparadas no permitiría llenar los cupos burocráticos. Además, al anularse un poder central se producirían caciquismos locales. Los federalistas les argumentaban que la falta de comunicación no era un problema porque hacía necesaria a las autoridades locales. Que la pobreza era fruto de los sistemas anteriores. Apelaban a la existencia de una mente ilustrada capaz de llenar los cupos burocráticos. Que los costos del sistema federal eran mínimos comparados al central. Finalmente, que el centralismo produciría nuevamente el fantasma del absolutismo, avivando sentimientos provinciales contra la capital del antiguo Reino20.
19Como vemos, estos “grupos de opinión”, es decir, los “liberales” y los “moderados” no constituyeron organizaciones consistentes en términos de sus afiliados ni tampoco lo fueron en sus posturas ideológicas. Así, hubo cambios de afiliados de uno a otro partido en el seno de la Asamblea Nacional o inconsistencias a la hora de votar21. Además, los antiguos republicanos no necesariamente integraron el bando “liberal”. Entonces, las disidencias, incoherencias, rupturas, alianzas estratégicas, etc., parece que fueron muy comunes en estos años por lo que es muy difícil hablar de asociaciones políticas estrictamente consolidadas. Para el caso salvadoreño el siguiente ejemplo de 1828 lo mostrará. Las elecciones de ese año fueron disputadas entre los “arcistas” y los seguidores del jefe de Estado, Mariano Prado. Ambas facciones se auto-definían liberales.
20A fines de 1828 en el periódico El Salvadoreño se informaba que dos facciones se estaban disputando electoralmente el control del Estado. En diciembre de aquel año apareció publicada una nota firmada por un tal “Q.P.” y fechada el 11 de ese mes, en la que se denunciaba los “escandalosos manejos” electorales en Ahuachapán. Según la nota, el padre Isidro Menéndez, antiguo diputado en la Asamblea Nacional Constituyente (1823-24) y amigo de los líderes salvadoreños, logró que votaran “16 electores a favor del C. (iudadano). Antonio Cañas” para salir electo jefe de Estado. Este último era considerado “amigo i aliado” del cura José Matías Delgado y de su sobrino, el presidente federal, Manuel José Arce. Para esos días, la fama del presidente Arce estaba por los suelos entre los liberales salvadoreños, sus antiguos compañeros de ideología. De hecho, desde 1826 se hallaban enfrascados en una guerra pues los salvadoreños creían que Arce los había traicionado por sus relaciones con los “serviles” guatemaltecos. Por ello, finalizaba diciendo “Q.P.”, “se infiere qe. el partido Arcista va progresando i ha progresado mas en este departamento de Ahuachapán por las seducciones del Padre Menéndez”. Y es que, a juicio de “Q.P.”, “el ascenso de Menéndez prueba mui bien qe. los aristócratas de Guatemala se han vuelto á unir con los arcistas22”.
21En vistas a estos escándalos y presumiblemente a otros que debieron llegar a los oídos de los diputados liberales salvadoreños, éstos declararon la nulidad de las elecciones el 12 de diciembre y, a la vez, decretaron que se procediese a practicarlas nuevamente. El comentario a esa nota, aparecida en El Salvadoreño, añadía que “con este golpe, la facción del Presidente Arce i de Guatemala tendrán que trabajar otra vez para ver colocadas en las sillas de la Asamblea, del Gobierno i Consejo representativo á personas de su entera devoción23”. Para obtener un triunfo en las nuevas elecciones, la facción liberal contraria a Arce arremetió con publicaciones que exhortaban a los lectores del periódico en mención a no elegir a los adeptos de aquel. En un artículo anónimo publicado el 21 de diciembre, con el título de “Elecciones populares”, se buscaba ese propósito. El artículo es interesante porque nos muestra las ideas liberales de la época en torno al sufragio. “El poder electivo –sostenía – es un derecho del pueblo, no una concesion qe. se le ha hecho. Es una consecuencia necesaria de su Soberanía; es una emanación precisa del orijen (sic) de las sociedades; es inherente al concepto qe. manifiestan las voces de hombre libre, hombre social”.
22El poder electivo es fuente y origen de todos los demás poderes de la sociedad. No lo habían inventado los filósofos ni lo habían concedido los legisladores. “Es obra del Supremo legislador del universo, es una lei de la naturaleza”. En ese sentido, los legisladores hasta el momento no habían hecho más que explicitarla y dar reglas para su ejercicio.
2n derecho del pueblo, no una concesion qe. se le ha hecho. Es una consecuencia necesaria de su SoberanÃa; es una emanación precisa del orijen (sic) de las sociedades; es inherente al concepto qe. manifiestan las voces de hombre libre, hombre socialâ€