Ficha n° 2269

Creada: 19 octubre 2009
Editada: 19 octubre 2009
Modificada: 03 noviembre 2009

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Autor de la ficha:

Felipe ANGULO

Publicado en:

ISSN 1954-3891

Historia, literatura y cine en Centroamérica

Editorial de boletín N° 42
Texto íntegral:

1

2Enseñó al pequeño Aureliano a leer y a escribir, lo inició en el estudio de los pergaminos, y le inculcó una interpretación tan personal de lo que significó para Macondo la compañía bananera, que muchos años después, cuando Aureliano se incorporaba al mundo, había de pensarse que contaba una visión alucinada, porque era radicalmente contraria a la falsa que los historiadores habían admitido, y consagrado en los textos escolares.

3Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad

4Este fragmento de la famosa obra del escritor colombiano sirve para introducir el tema del presente boletín sobre las relaciones entre historia y literatura. ¿Por qué partir de Colombia? En primer lugar, el caso de Colombia es conocido menos mal por el editor que firma estas líneas, originario de este país e interesado en la historia de América Latina. También pueden mencionarse varios elementos compartidos: algunos de los mismos productos exportados como el inferido por Gabriel García Márquez, los interminables conflictos internos y la violencia social y política, unos estados excluyentes controlados por élites que se perpetúan en el poder, o la influencia ya centenaria de los Estados Unidos; sin olvidar su cercanía geográfica y el hecho de encontrarse estas dos partes de América en el centro del hemisferio, bañadas por dos océanos. Puede decirse que comparten hasta cierto punto un imaginario histórico común.

5Volviendo a la cita, el tema de los “pergaminos” hace referencia al misterio que recorre toda la novela, relacionado con el desciframiento de la historia de la familia Buendía, cuyo sentido no se revela hasta el final. El fragmento plantea la cuestión del aprendizaje y la escritura como medios para acceder a la verdad o al conocimiento, y toca el problema –muy presente en la historia de América Latina, aunque no solamente allí– del discurso oficial que cubre o niega la realidad histórica. Se deduce la existencia de diferentes “interpretaciones” sobre una misma historia regional o nacional, que pueden llegar a ser muy “personales” y hasta “alucinadas”. Existe pues una versión oficial, “consagrada”, de la realidad y proveniente del poder, que impone su palabra y oculta la “visión” popular o individual de ésta. Como afirma Jacques Joset en su introducción a Cien años de soledad, “la capacidad de imponer el silencio y el discurso que sustituye la verdad histórica, es la unidad de medida del poder en una sociedad violenta1.”

6Existe entonces una dinámica entre la historia vivida por los pueblos y los individuos, la historia contada y transmitida por sus propios protagonistas (tradiciones orales familiares, comunitarias, sindicales, empresariales, etc.), la historia interpretada por el discurso oficial o bien por los historiadores (que a veces se confunden pero no necesariamente), y, en el caso que nos interesa aquí, retomada y reinterpretada por la acción creadora del escritor.

7Entre la realidad y la ficción, el fragmento es apenas un ejemplo del interés de Gabriel García  Márquez por la historia en su obra literaria. En Cien años de soledad (1967), además de una historia mítica y cíclica relacionada con la saga familiar de los Buendía (sin duda inspirada en su propia experiencia familiar), dos grandes “pestes” marcan el desarrollo de la narración y la entrada del ya mítico pueblo imaginario en la historia nacional: las guerras civiles y su consecuente relación con la figura del caudillo militar, y la llegada de la “compañía bananera” que condujo a la huelga y la masacre de las bananeras (como se conoce en Colombia) que el gobierno busca negar, ocurrida en la zona de la costa caribe donde, casi al mismo tiempo, nacía el escritor. La novela plantea entonces el problema de la memoria, central en el discurso los historiadores, con sus distorsiones, versiones opuestas y tergiversaciones, pero también el problema del olvido, esa otra forma de la soledad contra la que luchan tanto los escritores como los historiadores.

8Para Eric Hobsbawn, la tendencia de los novelistas a basar sus obras en hechos reales hace que se desdibuje la frontera que separa la realidad histórica de la ficción2. Sin embargo, los novelistas hispanoamericanos han aportado sin duda al análisis de los fenómenos del caudillismo y las dictaduras y, en general, han enriquecido la visión de nuestro pasado. Mientras que los escritores pueden alimentar sus ficciones con material histórico, por su parte los historiadores en sus investigaciones sobre el cambio social también trabajan sobre fuentes literarias, con lo cual se crea un diálogo fructífero entre literatura, historia y sociología. Unos y otros proyectan su propia historicidad, si se piensa que cada discurso, cada época, y los mismos historiadores ofrecen una “visión” particular del pasado surgida de su propio presente, en función de unos intereses particulares (académicos, políticos, sociales), de sus postulados teóricos y metodológicos, de una ideología3, y su “interpretación” depende también de la manera de escribir la historia que estudia.

9La literatura que retoma temas históricos no fue inventada ni es exclusiva de los escritores hispanoamericanos. Pero no deja de ser cierto que éstos han abordado la historia desde la ficción intentando “descifrarla”, una ficcionalización renovada por la sucesión de generaciones de escritores. En el caso de Colombia varios escritores se han interesado en una historia nacional percibida (igual que los historiadores) como conflictiva.

10Desde sus inicios como periodista y en su paso simultáneo a la literatura Gabriel García Márquez retoma la historia de Colombia y de América Latina. En novelas anteriores y posteriores a su obra más conocida también desarrolla la figura del caudillo o dictador militar: El coronel no tiene quién le escriba (1961) y El otoño del patriarca (1975), como otros destacados escritores hispanoamericanos (José Mármol ya a mediados del siglo XIX inspirado en Juan Manuel Rosas…, Miguel Ángel Asturias, Augusto Roa Bastos, Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende…). Más tarde retoma de manera más explícita el género de la novela histórica para recrear a su manera los últimos días del Libertador Simón Bolívar en El general en su laberinto (1989), y en Noticia de un secuestro (1996), basado en hechos reales que marcaron la historia reciente del país4, regresa a la crónica periodística ahora depurada y enriquecida por técnicas literarias. Y en su autiobrogafía Vivir para contarla (2002) también aborda episodios de la historia nacional como la ya mencionada masacre de las bananeras, su experiencia personal en la insurrección urbana del 9 de abril de 1948 en Bogotá y la violencia política bipartidista que la antecedió y continuó después con más fuerza5. En todas estas obras transcribe, en sus propios “pergaminos”, su “visión” de la historia colombiana.

11Generaciones más recientes retoman la herencia garciamarquiana y crean nuevas visiones literarias de nuestra historia que también trascienden de alguna forma las fronteras nacionales. Podemos mencionar la novela histórica recién publicada del periodista Mauricio Vargas, El mariscal que vivió de prisa6, sobre la vida del militar venezolano Antonio José de Sucre y su asesinato en 1830 en el sur de la actual Colombia. Dice que “hacer novela fue un acto de rebelión contra el periodismo, que me tenía un poco agotado”. Estudió durante cuatro años y sacó más de mil fichas, pero se tomó ciertas libertades pues no se trataba de una biografía. En ese sentido menciona el aporte de su ilustre antecesor en la manera de trabajar el material histórico para un texto literario:

12Una vez Gabo me dio un consejo: ‘Vas a encontrar – me dijo – que los historiadores tienen controversias no resueltas y tienen huecos negros’. Su consejo fue que, cuando me encontrara frente a esas dos circunstancias, como novelista me adueñara de la historia7.

13Se trata pues de una libertad creativa en interacción con hechos verídicos y documentados, y que tampoco excluye en su trabajo (esperémoslo) la consulta de la producción historiográfica. El poeta y ensayista William Ospina, quien también se inició en el periodismo y hoy es columnista de El Espectador, acaba de recibir el premio Rómulo Gallegos por su novela histórica El país de la canela, segunda parte de una trilogía junto con Ursúa8 y La serpiente sin ojos (saldrá a fines de 2009 o en 2010), basadas en investigaciones y en la crónica poética de Juan de Castellanos sobre la conquista y el inicio de la colonia en la Nueva Granada y Venezuela9. William Ospina recrea los primeros viajes de los europeos al Amazonas vistos por un indio mestizo. En cuanto a la combinación de géneros en su obra, decía en su discurso de recepción del premio Rómulo Gallegos:

14El poema me condujo al ensayo y el ensayo me llevó a la novela: por ello entre esos géneros yo no puedo escoger. Como estados de la materia, como personas de la divinidad, como facultades de la conciencia, como contiguos laboratorios del lenguaje, los géneros se influyen y se aproximan, se apartan y se reencuentran, del mismo modo que en la vida pasamos sin pausa del deslumbramiento a la reflexión, de la reflexión al relato.

15Con sus más de 100 mil versos en octavas reales, se dice que la obra de Castellanos, tanto tiempo olvidada e indédita, es el poema más largo escrito en lengua castellana (sin exluir su carácter narrativo), además de ser una de las primeras historias escritas sobre varias islas del Caribe, Colombia y Venezuela. De modo que se trata de un verdadero pergamino que ofrece una visión alucinada de la conquista (“Leyendo ese libro convulsivo e iluminado, ese objeto apasionante de observación y de erudición, yo viví mi personal descubrimiento de América”), interpretada y cantada desde una perspectiva que lleva a William Ospina a concluir una cierta apropiación pluriétnica y literaria de nuestra historia:

16El aporte de África es el más musical de nuestros componentes, y la música sabe enlazar la soberbia con la amargura, la tristeza con la fiesta, el odio con el perdón. Creo que Juan de Castellanos lo intuyó cuando se propuso hacer de la historia de la conquista no un cuento sino un canto [...] Cuando ya se tiene una tradición [literaria] como esa, una de las tradiciones literarias más ricas del planeta, ya no necesitamos arrepentirnos de la complejidad de nuestros orígenes. Ya podemos mirar la historia universal, y la historia de España, y la historia de América, y decirnos, con amor, como el poeta: “Se precisaron todas esas cosas, para que nuestras manos se encontraran10”.

17En un país donde se suele decir que la realidad supera la ficción, también existe una peculiar ola o moda de ensayos autobiográficos que se aproximan a la historia colombiana reciente desde una perspectiva más individual que literaria, por ejemplo el testimonio de los secuestrados que cuentan sus duras experiencias11. Entre estas obras de tipo autobiográfico podemos destacar la del escritor y columnista Héctor Abad Faciolince12, que retoma su historia familiar para hacer una lúcida y emotiva crítica de la sociedad local y nacional del último medio siglo, como homenaje a su padre médico y defensor de derechos humanos, Héctor Abad Gómez, asesinado en Medellín por los paramiliatres en 1987. Desde muchos sectores parece generarse la necesidad de descifrar esa historia colectiva vivida, compleja, dolorosa, conflictiva, y que pesa tanto sobre el presente, una abundante producción literaria y ensayística que nos lleva interrogarnos sobre la visibilidad del discurso científico de los mismos historiadores y de otros profesionales de las demás disciplinas sociales y humanísticas, que también existe.

18Lo cual pone en evidencia puntos de convergencia entre periodismo, literatura e historia, y por qué no entre los objetivos de periodistas, escritores e historiadores. Todos se identifican con la necesidad de descifrar, interpretar y transmitir una misma realidad social e histórica, si bien las necesidades de cada uno de estos actores, los medios de que disponen para recoger los datos y transcribirlos y los tipos de discurso pueden variar.

19Luego de esta reflexión sobre nuestra percepción de las relaciones entre historia y novela, presentamos enseguida los trabajos que conforman este boletín sobre las relaciones entre de historia y ficción en ese territorio vecino de Colombia que es Centroamérica, desde distintos puntos de vista, incluyendo lenguajes como el del cine13 y la pintura sobre los que se podrían decir cosas similares.

20El análisis de la novela El niño de los coroneles (2001) del español Fernando Marías, realizado por Claudia Ferman, pone de relieve la mirada estereotipada y reductora que propone este autor español sobre la violencia en Centroamérica y sus implicaciones: se banaliza la representación de la tortura, apropiándose de paso de la historia centroamericana. Partiendo de esta dimensión ética, la autora se centra en el “potencial” de la violencia como entretenimiento, como ocurre en los medios de comunicación y en otros discursos y producciones culturales.

21Por su parte Elizabet Ugarte Flores hace un estudio comparativo de dos novelas históricas  nicaragüenses entre los siglos XIX y XX: Amor y Constancia de José Dolores Gámez y Réquiem en Castilla del Oro de Julio Valle-Castillo. Mientras la obra de Gámez privilegia la reconstitución que consagra la versión oficial de los los hechos de la independencia, la de Valle-Castillo ofrece una visión más subjetiva y personal de la Conquista.

22En su artículo sobre la autobiografía de la primera presidenta electa de América Latina, Violeta Barrios de Chamorro, Susy Sánchez muestra cómo esta obra buscaba cumplir un papel como monumento textual, articulando las historias personal, familiar y nacional. Sin embargo, la deconstrucción del texto revela ciertas contradicciones y muestra cómo pretendiendo ser autobiográfico e histórico no deja de presentar rasgos de ficción.

23En un contexto centroamericano más amplio, el primer trabajo de la profesora Claire Pailler aborda el epigrama, breve y contundente, al servicio de la sátira y la denuncia política. Inspirado de una experiencia cotidiana conflictiva en lo político, y marcada en lo social y económico por la desigualdad, la pobreza y la dependencia, se expresa, desde el siglo XIX, a través de formas que van de la cultura popular a la poesía comprometida de los distintos países de la región. Su segundo trabajo aborda la figura de César Augusto Sandino, cuya resistencia frente a la ocupación de las fuerzas estadounidenses en territorio nicaragüense se constituye en epopeya desde antes de su muerte, tanto en Nicaragua como otras partes de América Latina y del mundo, en parte gracias a varias crónicas periodísticas de la época. En este caso la epopeya llega a moldear la historia.

24Nuestro propio artículo se interesa en la representación que se hace de la realidad centroamericana desde el exterior en el siglo XIX, a través de la prensa y ese género particular que es el relato de viajes. Tras un balance sobre la presencia de Centroamérica en las páginas de la Revue des Deux Mondes, una de las más prestigiosas revistas francesas, desde su creación en 1829 hasta 1900, el trabajo se centra en el análisis de los tres únicos relatos de viaje publicados sobre la región, en particular el de Félix Belly (1860).

25Rafael Lara presenta el artículo “El Salvador, Pulgarcito de América” del salvadoreño Julio Enrique Ávila, publicado en 1946. Su (re)descubrimiento es significativo pues, luego de una ardua búsqueda bibliográfica que Lara cuenta en un tono ameno y personal, se puede concluir que fue este escritor quien bautizó al país como el “Pulgarcito de América”, y no la poeta chilena Gabriela Mistral como se creyó durante mucho tiempo y lo había dado a entender Roque Dalton en su famoso libro Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974).

26Dos trabajos se refieren a aspectos y acontecimientos de la historia de El Salvador presentes en la pintura y en el cine. Aunque cambia el registro del soporte material del discurso, también son medios de expresión y de comunicación en donde la creación individual y colectiva interpretan de distintas maneras la historia nacionale.

27Otro artículo de Rafael Lara estudia la participación de Salarrué en la Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas (1935) a través del estudio de la crítica artística aparecida principalmente en la prensa de Costa Rica. Destaca la presencia del indígena en la pintura salvadoreña, con lo que aporta una nueva visión sobre la política cultural del régimen militar del General Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944): el modelo indigenista permitió su legitimación intelectual.

28El trabajo de Georgina Hernández sobre el documental 1932 Cicatriz de la Memoria, acerca de la rebelión y posterior masacre de más de 10 mil personas ocurrida ese año en El Salvador, muestra el diálogo que se produjo entre este documental y la comunidad que aportó sus testimonios para su producción y a la que se dirigió en un primer momento, setenta años después de los hechos. Esta recepción de cine foro permitió romper el silencio y el miedo que se instauró en la misma durante más de 70 años, luego de que se produjo la masacre de campesinos e indígenas en 1932.

29Cierran esta entrega del Boletín de la AFEHC, en la sección bibliográfica, un libro poco conocido pero significativo sobre la obra de juventud de Rubén Darío, Rubén Darío criollo, de Rafael Heliodoro Valle (1945) que Miguel Ayerdis rescata del olvido. Dos reseñas giran con notable pertinencia en torno a trabajos recientes que ponen de relieve las relaciones entre entre histioria y escritura de la historia de Guatemala, en torno a la investigadora Ana Lorena Carrillo.

30Notas de pie de página

311 Jacques Joset (ed.), “Introducción”, en Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (Madrid: Cátedra, 1994), pág. 48.

322 Eric Hobsbawn, Sobre la historia (Barcelona: Crítica, 1998), pág. 18.

333 Véase Josep Fontana, Historia: Análisis del pasado y proyecto social (Barcelona: Crítica, 1982).

344 El narcotráfico utilizó este método violento, entre otros, como chantaje a la sociedad para impedir la extradición a Estados Unidos.

355 Gabriel García Márquez, Vivir para contarla (Bogotá: Editorial Norma, 2002), págs. 79-80, 248-252, 330-363, 496-498. Afirma ya hacia el final de este libro, pág. 510: “Como muchas otras catástrofes grandes del país, el 9 de abril había trabajado más para el olvido que para la historia.”

366 Mauricio Vargas, El mariscal que vivió de prisa (Bogotá: Planeta, 2009).

377 Entrevista de Mauricio Vargas con María Isabel Rueda, “¿Podremos usar las razones de Sucre a Bolívar para que las entienda Uribe?”, en El Tiempo (Bogotá: agosto 3 de 2009).

388 William Ospina, El país de la canela (Bogotá: Norma, 2008), y Ursúa (Bogotá: Alfaguara, 2005).

399 Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, primera parte publicada en Madrid en 1589, las otras tres permanecieron inéditas hasta el siglo XIX. Véase la edición definitiva al cuidado Gerardo Rivas Moreno; prólogo Javier Ocampo López (Bogotá: Gerardo Rivas Moreno Editor, 1997), 1594 págs.

4010 William Ospina, “Sobre la importancia literaria de reconocer nuestro pasado”, discurso pronunciado en Caracas el 2 de agosto de 2009, en El Espectador (Bogotá: agosto 4 de 2009).

4111 Véase Luis Eladio Pérez y Darío Arismendi, Infierno verde: Siete años secuertrado por las FARC (Madrid: Aguilar, 2008), o John Pinchao, Mi fuga hacia la libertad (Bogotá: Planeta, 2008).

4212 Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos (Bogotá: Planeta, 2008, 16ª edición, la primera es de 2006).

4313 Cualquier film, ficción o documental, de recontitución histórica o basado en obras literarias, puede revelar aspectos del contexto ideológico en el que se realizó. Marc Ferro proponía a comienzos de los años setenta el estudio del cine desde la historia social: “Le film, une contre-analyse de la société”, en Annales. Économies, sociétés, civilisations, 28:1 (París: 1973), págs. 109-124. La cámara “descubre el secreto, exhibe la otra cara de una sociedad, sus lapsus.” Las imágenes sonoras son así materia de un “contra-análisis de la sociedad” que aparece a través del lenguaje fílmico (fotografía, decorado, montaje, banda sonora, guión, la acogida del público), consiguiendo “descubrir lo latente destrás de lo aparente, lo no visible a través de lo visible”; págs. 113-114 (versión española en Marc Ferro, Cine e Historia, Barcelona: Gustavo Gili, 1980, págs. 26-28).

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