Ficha n° 1169

Creada: 15 agosto 2006
Editada: 15 agosto 2006
Modificada: 03 julio 2007

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Autor de la ficha:

Miguel Angel HERRERA C.

Publicado en:

ISSN 1954-3891

De la Carne y otros menesteres

El historiador Miguel Ángel Herrera realiza algunas disquisiciones en torno a la relación conflictiva entre las elites nicaragüenses y los sectores populares en la búsqueda de tradiciones y prácticas identitarias; relación que se sustentaba, desde el punto de vista ideológicos (y reguladora social) en la religión católica ( ambos grupos) y la invocación de una herencia clásica de factura greco-latina, diferenciadora (sustentada por la elite) la cual busca “orden” y “legitimidad”
Autor(es):
Miguel Angel Herrera C.
Lugar de Publicación:
Inédito
Texto íntegral:

1

Acerca del poder

2Cuatro años después de finalizada la Guerra Antifilibustera, Salvador Sacasa, Prefecto de Granada, giraba una notificación a la Junta Municipal de Catarina, población situada a 22 kilómetros al oeste de Granada, exigiéndole en primera instancia que presentaran la “relación jurada, libros y documentos que acreditan el cargo y la vara, como lo dispone el artículo 2o. del decreto de 9 de marzo de 18531.

3Catarina era uno de los 25 pueblos que formaban parte del extenso Departamento Oriental, según consta en el Informe de Fermín Ferrer, publicado en el Correo del Istmo[2.], estaba compuesto principalmente por indígenas dedicados al cultivo de sus huertas, lo que se evidenciaba en la conformación de su Junta Municipal: Brígido Guerrero y Miguel Gaitán, eran indígenas, Francisco López, mestizo. Durante la Guerra Antifilibustera, en este pueblo funcionó un rastro público en el que era destazada casi una res por día. ¿Demasiada carne para tan poca gente? no juzgamos pertinente responder tal interrogante; pero, ¿qué destino tenía esa carne? sobre todo si se considera que una buena parte de esta población se alimentaba de la pesca que lograba en la laguna de Apoyo y de “los animales monteses” que atrapaban en las trampas que construían en sus huertas3.

4Tampoco parece que la carne fuera objeto de exportación a las localidades circunvecinas como San Juan Namotiba, Diriá o Diriomo y que fuese destinada al consumo local. Juana de Dios Muñoz, viuda de 25 años y su hermana Fernanda, soltera de 23 años, fueron sorprendidas por los Alcaldes de Campo (nombre con el que se le denominaba a una suerte de Guardia Civil), mientras transportaban carne caliente que cargaban en canastos sobre sus cabezas, en la montaña de los Pérez; las mujeres indefensas proclamaron su inocencia argumentando que “pasaban por allí y por casualidad se encontraron a la res muerta y la examinaban cuando las arrestaron4“.

5Diriomo es otro pueblo del Departamento Oriental, localizado a 17 kilómetros al oeste de la ciudad de Granada, que formaba junto con Catarina, San Juan Namotiba, Nindirí, Nandasmo, Niquinohomo, Diriá, Nandaime, Masatepe, Jinotepe, Santa Teresa y El Rosario, las municipalidades de la parte central del Pacífico nicaragüense que dependían de la Prefectura (Alcaldía) de Granada, centro del poder de la élite oriental y que durante más de cuatro años no había podido ejercer un control efectivo y directo sobre las juntas municipales.

6Durante la Guerra Antifilibustera (1855-1857), los municipios de estas poblaciones sobrevivieron por determinado sentido pragmático de la vida comunitaria, tradición que se había reforzado con la práctica de algunos elementos religiosos y productivos como las cofradías; acciones comunes, como la limpieza de las calles y los solares; la localización de los terrenos comunales para el pastoreo de animales5, etc. Las municipalidades se encargaron de preservar cierto orden de la vida comunal, mientras las facciones de las élites se disputaban el control de los aparatos protoestatales, con el objetivo de servir como interlocutores de los comerciantes extranjeros. Tales son los referentes históricos que permiten descodificar la notificación de Salvador Sacasa a los indígenas de Catarina y en las subsiguientes comunicaciones, se advierte el conflicto latente entre el centro de poder, en este caso Granada, y las comunidades populares como las de Catarina, Diriá y Diriomo, durante el período denominado tradicionalmente como Guerra Nacional (1855-1857).

7La Junta Municipal de Catarina obvió contestar la nota en lo inmediato y posteriormente presentaron sus cuentas. La Prefectura de Granada, no contenta con las tales cuentas les giró un “pliego de reparos” (reclamación): “Pliego de reparos que esta Prefectura le hace a la Junta Municipal del pueblo de Catarina, en las cuentas que dio del año 1856.

8Se repara que en libro de fierros de las reses destazadas que llevó la Junta Municipal en dicho año, aparecen doscientas sesenta y tres reses destazadas, cuyos derechos de cisa importa ochenta y dos pesos uno y medio reales, observando que en el libro que llevó el Mayordomo de propios (...) resultan ser doscientas noventa y seis reses, cuyo derecho siendo el mismo importa noventa y dos pesos y cuatro reales, de lo que se deduce que destasaron treinta y tres reses más que importan diez pesos dos y medio reales, y no siendo posible que el mayordomo se hiciera cargo de mas cantidad que la que justamente recibió, los individuos que entonces formaron en Catarina la Junta Municipal se servirán contestar estos reparos dentro de ocho días para en su vista fallar conforme a derecho. Prefectura del Departamento de Granada, agosto 6 de 1861. N. Espinosa6.”

9El rédito de las 33 reses destazadas, con valor de 10 pesos y 2 1/2 reales, habría que buscarlo en las complejas relaciones entre indígenas, ladinos y mestizos de los pueblos mencionados, en las que tiene un lugar preponderante la mujer.

10De 91,931 habitantes de todo el Departamento Oriental, 53,518 eran mujeres, lo que representa un 72 % de la población total del citado departamento. Las ocupaciones de las mujeres eran diversas: placeras que bajaban diariamente a los mercados de Masaya y Granada; tejedoras de cordelería y textiles; comerciantes de carne; aguadoras que abastecían de agua a las comunidades asentadas en los alrededores de las lagunas de Masaya y Apoyo; trabajadoras del amor que en los recodos de los caminos vecinales desafiaban las “sacrosantas” leyes del poder granadino, una ordenanza municipal del pueblo de San Juan Namotiba establecía que: “En el camino del río … (se prohíbe) anden barones (sic) con sus mujeres concubinas dando mal ejemplo a los menores7 ...”.

11No existe información acerca de las mujeres que trabajaban en el tráfico lacustre, pero la existencia de mujeres marineras en labores de cabotaje entre los puertos del Pacífico nicaragüense, permiten suponer que también se hayan dedicado a tal menester en el lago y probablemente a la pesca en las lagunas volcánicas. Sin embargo, la importancia de las mujeres no radica solamente en expresar el número de actividades en que se involucraba, sino en destacar el significado que poseen las mismas. Por ello resulta interesante observar que en todo el Departamento Oriental, incluyendo Boaco y Chontales, son las mujeres mestizas las que encabezan las listas de contribuyentes en los impuestos que se emiten después de la Guerra Antifilibustera, son ellas las dueñas de capitales gravados y de tierras.

12En Catarina, hacia 1856, es decir, en plena Guerra Antifilibustera, de nueve destazadores de reses que ejercían en el rastro público, siete eran mujeres y ellas tenían una relación de complicidad con la junta municipal de ese poblado. El citado informe de Fermín Ferrer8 advierte que en el Departamento Oriental se producían 20,640 unidades de cueros de res, lo que era relativamente escaso para el total de la renta que producía el ganado, de 835,600 pesos9. El cuero, además, era un medio de cambio que se utilizaba en determinado nivel del intercambio comercial, por ejemplo para comprar y vender animales, y en el caso de Catarina, como en la de otros pueblos del Departamento Oriental, la producción de este medio de cambio se encontraba en manos de las mujeres.

13Dos elementos de la producción de ganado marcaron la identidad de las localidades y el sentimiento de pertenencia de los miembros de las comunidades populares. El primero es el decreto mediante el cual se organiza y reglamenta la legalización de la propiedad sobre ganado vacuno, caballar o mular, el cual debía ser certificado ante los Alcaldes. Se trataba de otorgarle identidad a la propiedad, entendiendo ésta como un hecho individual. La ley mandaba a garantizar “la propiedad de los individuos y el medio legal de adquisición10.”

14La ley indicaba que los alcaldes debían certificar las ventas y cumplir requisitos como: constatar señales, nombres de negociantes, fierros, etc. pero también regulaba el tráfico de ganado entre pueblos y los actos de ventas-compras en otros pueblos. El segundo es el del régimen de propiedad de la tierra. La ley de 1852 establecía la concesión de tierras comunes o ejidos a los pueblos, sin embargo a pesar de la solemnidad con que la proclama expresaba este propósito: “Es de grande interés público el que todos los pueblos tengan tierras suficientes para pastos comunes y para la labranza11 (...)” la élite granadina comenzó a expander sus dominios más allá de la periferia de la ciudad, hasta la zona de El Capulín, a 10 kilómetros de la ciudad en dirección Noroeste, en las laderas de la laguna de Apoyo.

15Las leyes, ¿eran del conocimiento común de las gentes de pueblo? Cuando el “Gobierno Supremo estableció, mediante decreto, la necesidad de legalizar a través de documento toda actividad de compra-venta de ganado, estaba instaurando una nueva modalidad de adquisición no usual en el medio nicaragüense y estableciendo un nuevo tipo de relación, el anonimato de las relaciones contractuales, normal en toda relación mercantil comenzaba a sustituir las vinculaciones personales; pero, ¿cómo eran vistos los asuntos legales por los sectores subalternos? No se ha consultado suficiente información como para emitir un juicio, no obstante alguno se puede inferir de las actividades de los doctores en derecho, como por ejemplo, las que se anuncian en el siguiente aviso: “Como el 30 de agosto último concluyó el término porque había cerrado mi bufete de Asesor; me hago hoy el honor de poner en conocimiento del público y particularmente en el de los Tribunales Supremos de Justicia, y subalternos respectivos, que continúa cerrado por otros cuatro años (...) desde esta fecha, en conformidad de la ley de 6 de agosto de 1846; sin renunciar por eso a la dulce satisfacción de poder ofrecer mis servicios a todas las personas, principalmente las desvalidas, que en privado necesiten consultar, como siempre, mis humildes opiniones en sus asuntos del foro. Hacienda Satoca, octubre 22 de 1850. Francisco Castellón12“. Fueron los profesionales liberales como los juristas, los letrados, quiénes tenían acceso a la lectura y escritura, y por tanto integraban un pequeño universo social, los que movilizaron a diversos sectores de las capas subalternas como los mestizos, ladinos e indígenas, en función de sus intereses particulares, enarbolando las banderas de la legalidad.

La Edad infantil de la nación

16“La República en los primeros días de su edad, en la cuna casi, ha sentido uno de esos sacudimientos extraordinarios que paralizan y retrasan a las naciones en su marcha, y a veces les hacen torcer su camino.” Nicasio del Castillo13. Granada. 1855.

17Al abordar el problema de la formación del estado-nación en la Nicaragua del siglo XIX, no se puede obviar la historicidad de los sujetos sociales, en este caso se trata del sentido étnico que poseían las comunidades populares y las manifestaciones que las élites realizan de su lógica del poder, presentes en la región del Pacífico central nicaragüense.

18La década de 18 a 18 en el siglo XIX nicaragüense es transicional y tradicionalmente se le ha visto desde una perspectiva política-militar, o más recientemente algunos autores (como Lanuza y Velásquez) han realizado esfuerzos por sistematizar el significado económico y político de la década, dentro de períodos más prolongados. Advertir lo transicional de esta década por la presencia de elementos exógenos como la intervención filibustera o el tránsito de pasajeros por el istmo, sería retomar el curso de la historia tradicional, más si los ubicamos dentro de un proceso de rupturas y discontinuidades que prueban la resistencia y las capacidades de asimilación de los antiguos patrones culturales, ya sea de las élites o de los subordinados obtendremos, entre muchas otras cosas y a través de la documentación oficiosa, una lectura que éstos hacen de la coyuntura. Estas capacidades se manifiestan, sobre todo, en las actitudes que los actores sociales presentan ante las facciones en pugna y según la dinámica de la coyuntura. De allí que sea necesario interrogar acerca de los factores que permiten la sobrevivencia de las comunidades populares, en los momentos de conflicto interno de las élites.

19Por lo tanto no se piensa en un estado como factor de cohesión de determinada formación social, cuya explicación sólo era posible – según los viejos esquemas – mediante una determinada lógica política. Tampoco se trata de abordar el problema por medio de un ejercicio de dicotomías, que considera la relación base-superestructura dentro de un esquema de causa-efecto, por ejemplo, el fenómeno social como producto directo de un proceso económico. Más bien se intenta explicar el problema a partir de la búsqueda de una lógica social de los actores, que muestre cómo se articula o des-articulan distintas formas de hegemonías, en este sentido se incursiona dentro de la lógica del poder y la consiguiente resistencia de las identidades culturales, de las que ya nos habla Alain Touraine en su Crítica de la Modernidad14.

20Durante la década de 1850-1860 se construye el discurso de la élite dirigente, en un claro intento por constituir una comunidad en la que intelectuales y políticos tengan el mismo lenguaje, necesario para dotar de identidad al naciente estado-nación.

21En el territorio comprendido entre Managua, Masaya y Granada, del entonces Departamento Oriental, se presentan procesos contradictorios entre los poderes locales, algunos en manos de indígenas y ladinos, y el poder central detentado por las élites. Estas tienen un discurso retórico dirigido a constituir una comunidad diferenciada de los mestizos, ladinos e indígenas, que sea capaz de gobernar con orden y legitimidad, sin embargo estos elementos son contradictorios con las manifestaciones culturales con que se rigen los poderes locales y que detentan los sectores subordinados.

22La diferencia entre los “ciudadanos” y la “gente común”, “esa gente que parece no impresionarse por los sucesos, ni manifestar interés por la vida de nadie15... .”, transita entre su capacidad económica y su capacidad de poseer interés o sensibilidad por los acontecimientos de la “comunidad”.

23El discurso retórico tiene como ejes básicos el orden y la legitimidad, y de referentes utiliza el pasado de la nación ibérica y del mundo grecolatino, en los que encuentran vocación de destino histórico. En los héroes de estos mundos los gobernantes encuentran sus epígonos, a la vez que cumplen una función paradigmática. Los municipios, como órganos de poder local, conservan ciertos elementos de la vida comunal indígena los que son asimilados por el poder central en función de ejercer su dominio y control sobre las comunidades populares. Ante esta situación, es necesario interrogar a la historia: ¿qué significaba la modernidad hacia la primera mitad del siglo XIX en Nicaragua? Obviamente, la modernidad del siglo XIX no rompió el mundo sagrado “que era a un tiempo natural y divino” [16] impuesto por la Iglesia, sustituta del poder colonial español, más bien lo reforzó con el orden y la legitimidad de la élite, para quién estos conceptos sí tenían un sentido de modernidad, e intentaban imponerlos a partir de un discurso retórico que invocaba el mundo antiguo de Grecia y Roma, así como el de la península ibérica. La guerra no era más que una manera de imponer las instituciones modernas que habrían de respaldar ese orden y el teatro necesario para la producción del sujeto héroe, del sujeto pro-hombre, diferente al ladino e indígena en tanto posee un pasado arquetípico. Este pasado era objeto de evocación en los momentos adversos y tiene como significado destacar el precio que tiene construir el orden, éste debe traducirse en las instituciones que integran el estado y la nación que las élites esperan construir. Este orden encuentra su fundamento en el patrón de comportamiento familiar de la élite, el cual tenía por antecedente y como paradigma la estructura de la familia romana: patrilineal, extensa, fuerte y estable. El padre equivalía al sacerdote, a quien muchas veces sustituye como autoridad religiosa, (téngase en cuenta la numerosa existencia de familias mestizas en las zonas rurales, aisladas de los centros urbanos nicaragüenses) y su justificación o fundamento de vida radica en la Biblia, los textos clásicos greco-latinos o las leyendas de la tradición ibérica, de modo que los actores de este mundo antiguo son sus epígonos y ellos, la élite, sus descendientes directos. La nación es una familia que tiene padres, los patriarcas de las élites; el pueblo es un gran espectador que asiste a “los infelices cambios de la historia”: las “revoluciones” o revueltas armadas, en las que cualquier fuerza armada se constituye en un movilizador social del honor del “pueblo” y no de la “gente común”. El honor y el deber como rasgos de identidad encubren la lealtad familiar con que los subordinados pagan la benignidad paternal de las élites a través de las relaciones de poder, ya sean desde los gobiernos o en la vida cotidiana de las comunidades. José María Estrada consideraba que la defensa de Granada, realizada no sólo por granadinos, sino también por “Leoneses, Managuas, Fernandinos, Rivenses, Matagalpas, Juigalpas, Lorenzanos, Boacos, Diriomos, Nandaimes, pocos es verdad, pero había sugetos de todas estas poblaciones rodeando al gobierno y corriendo su suerte, muchos de los cuales han merecido bien de la patria por el distinguido comportamiento que han tenido en su defensa17.”

24Durante la guerra civil de 1854, la población granadina asumió un papel de espectador ante el duelo entre los caudillos Fruto Chamorro y Máximo Jerez, la escasa integración de la población citadina motivó las siguientes líneas en el periódico granadino El Defensor del Orden: Y no debe tanto sorprendernos el ver ahí cifrado el encono de los eternos enemigos del progreso granadino, cuanto el que haya Granadinos infames que coadyuven a la destrucción de su patria por defogar una mezquina pasión de partido. Cobardes! Con vosotros hablamos, Granadinos bastardos: con vosotros que sacrificáis a un innoble sentimiento de venganza, la gratitud, el honor y la patria; decidnos, si abrigáis odios personales, porqué no retáis de hombre a hombre al que os tiene ofendidos? (...) Trece siglos han pasado desde que el Conde Don Julián enseñó el camino a los enemigos de su patria, y esos trece siglos no han bastado a borrar su execrable memoria: vosotros seréis el don Julián de Granada18.
El imaginario cultural de las élites en la década 1850-1860 intentaba construir un mundo en el que con un sentido “Taif”- la razón procedía del orden y la legitimidad. No obstante estos elementos, no existían condiciones para poseer un instrumento (el estado) que posibilitara la implementación de ese reino lógico: la colonia como la arcadia o paraíso. El discurso retórico de los caudillos granadinos es el intento de la élite de recrear su propia tradición histórica. Mientras que los mestizos e indígenas intentan la sobrevivencia de sus formas tradicionales de convivencia por medio de la conservación de determinados estilos de vida comunal y adaptarlas a las leyes modernas que se implantan, en otras palabras, para los herederos de la población aborigen nicaragüense, sobrevivir era una imperiosa necesidad y se ajustaba según las coyunturas, el hecho de que fuesen poseedores de capital no les integraba automáticamente a la comunidad mestiza. En la composición de la Junta de Derramas de Diriomo hay un reclamo sobre la inexistencia de hacendados y comerciantes, quienes eran escogidos para formar parte de la misma, debido a su conocimiento sobre el cálculo de capital y valores: “No se puede alegar que en el pueblo de Diriomo no hai estas dos clases de personas (hacendados y comerciantes) que exije la lei, porque aunque corto el pueblo, no le faltan hombres provos y de conocimiento para llenar este deber. Si la junta hubiese sido criada de individuos que reuniesen las cualidades exijidas, habrían aparecido sus miembros calculados con el capital que cada uno hubiera, pero no apareciendo uno solo de dichos individuos en la lista presentada a U. me parece que no tengo que aducir otra prueba19.” El legislador exigía las cualidades de hacendado y comerciante, “por ser una doble garantía para una buena calculación, y por el conocimiento que cada cual tiene o puede tener de los demás capitales; para nombrar a personas que no tienen dinero ni conocimiento y talves ni delicadesa, es estropiar las garantías mas sagradas que el ciudadano tiene20.”

25Este sacro mundo era reforzado en la acción política por el fundamentalismo religioso con que se encubrían las relaciones de poder y los conflictos sociales: nuestra causa es justa, Dios la protege, o la exhaltación de conceptos como el deber, la obligación, el valor, la autoridad, que posteriormente han de prevalecer en la secularización de la sociedad nicaragüense. Esto responde al mejor sentido del dualismo cristiano y marca la cultura política nicaragüense hasta nuestros días, no con un sentido normativo, sino como componentes del antidiálogo.

26Con el fin de lograr su legitimidad y construir un orden, necesarios para su constitución en comunidad dirigente, la élite intenta construir una identidad propia, para ello se apoya en el sustrato cultural indígena, con lo cual obvia sus contradicciones con las fragmentadas comunidades locales indígenas, generadas por las leyes que ha emitido. Sin embargo las leyes no eran suficientes para imponer el imperio del respeto al Estado, la debilidad política de los gobiernos de la élite volvían vulnerables cualquier intento de sistematizar el orden, la corrupción de los funcionarios, los diversos grados de lealtad entre el caudillo y sus subordinados, conspiraban con las intenciones de la élite.

27Muchos funcionarios aprovechaban sus cargos para especular, siendo ésto uno entre varios de los problemas que enfrentaba el incipiente estado nicaraguense, el de la lealtad de sus funcionarios. El Decreto #233, del 30 de marzo de 1852, previene a los empleados de hacienda a reflejar fielmente los valores, señalando hasta el tipo de moneda que deben usar, de no actuar en esa forma, el decreto previene que l