Ficha n° 1721

Creada: 29 septiembre 2007
Editada: 29 septiembre 2007
Modificada: 05 octubre 2007

Estadísticas de visitas

Total de visitas hoy : 6
Total de visitas : 8061

Autor de la ficha:

Juan Carlos SOLÓRZANO

Editor de la ficha:

Coralia GUTIéRREZ ÁLVAREZ

Publicado en:

ISSN 1954-3891

Los indígenas en las áreas fronterizas de Costa Rica durante el siglo XIX.

Este artículo estudia la situación de los indígenas que habitaban los territorios que quedaron al margen de la colonización hispánica durante el transcurso del siglo XIX. En primer lugar se analizan cuáles fueron dichos territorios y las razones por las cuales éstos no fueron sometidos al dominio de los españoles, e igualmente cuál fue la situación allí predominante en los años finales de la época colonial. Posteriormente se analizan las transformaciones ocurridas en los primeros cincuenta años después de la Independencia. Por último, el artículo se concentra en la segunda mitad del siglo XIX cuando ocurrieron los principales cambios en las áreas fronterizas de Costa Rica. Se estudian dos procesos simultáneos que tuvieron efectos negativos en las poblaciones indígenas habitantes de las áreas fronterizas de Costa Rica. Uno de orden político, consecuencia de la conformación del nuevo estado-nación, el cual deseaba ampliar su soberanía y legitimar su dominio sobre todo el territorio de Costa Rica. El otro fue el avance colonizador de la población del interior del país, cuyos habitantes comenzaron a emigrar en busca de nuevas tierras. Para el análisis histórico se recurre exhaustivamente a las fuentes documentales del siglo XIX y a los informes de viajeros que dejaron su testimonio de la situación en las tres regiones estudiadas.
Autor(es):
Juan Carlos Solórzano F.
Fecha:
Septiembre de 2007
Texto íntegral:

1

Introducción

2Al terminar la dominación colonial, en gran parte de Hispanoamérica, la desaparición del estado colonial dio lugar a un largo período en el que el desmantelamiento de la organización estatal colonial no dio paso al surgimiento de un orden político, social y económico, sino que predominó un vacío de poder y de inestabilidad que en muchas ocasiones desembocó en franca violencia social. En el caso de Costa Rica no parece que la transición de la organización de la estructura colonial hacia un régimen estatal haya sido, al principio, de gran confilictividad política o social. Así, la estructura de poder que se había establecido desde la Constitución de Cádiz en 1812 se basaba en los Ayuntamientos de las ciudades de Cartago, San José, Heredia y Alajuela. Hacia 1824, con la implantación de las instituciones de un estado en formación se modificó el sistema de poder político heredado del período colonial.

3 La adaptación de la Constitución Federal, de corte liberal, planteó una nueva visión de la estructura de la propiedad de la tierra, tanto la integrada al ecúmene de origen hispánico, como la situada fuera de ésta, pero al interior de las fronteras jurídico-políticas del estado. Estos territorios fueron considerados como “baldíos” y el estado se interesó en que fueran apropiados tanto por los nacionales como por inmigrantes extranjeros. La política agraria del estado liberal buscaba la apropiación privada de la tierra rompiendo con el esquema colonial que mantenía las tierras baldías como una reserva real no apropiada y de acceso restringido1.

4 Por otro lado, el nuevo estado planteó una concepción radicalmente distinta de los habitantes del país respecto de la división étnica establecida por el colonialismo español, que separaba a los indígenas con sus “pueblos de indios” de los habitantes españoles y “ladinos”. Para el nuevo estado, todos los habitantes del territorio bajo su soberanía eran considerados “ciudadanos”, independientemente de sus características étnicas.

Los primeros en ser afectados por las nuevas políticas estatales fueron los pueblos de indios del interior del país. En 1826 el estado costarricense decretó la posibilidad para los ladinos de solicitar tierras de las comunidades indígenas si vivían dentro de los linderos de las tierras comunales de dicho pueblo. Se inició así un conflicto que enfrentó los cabildos de los pueblos de indios con las autoridades del estado y por otro lado los ladinos pudieron despojar a los indígenas de sus tierras2. Más tarde, especialmente a partir de mediados del siglo XIX, los indígenas de las áreas fronterizas sufrirían también las consecuencias de dicha concepción política estatal, si bien en este caso ya no se trataba de acabar con tierras comunales heredadas del período colonial, sino de limitar la autonomía de los grupos indígenas habitantes de territorios que habían llegado al final del período colonial sin ser integrados al ecúmene hispánico.

5 El estado trató de promover la colonización extranjera o costarricense de los territorios de las áreas fronterizas. Con este fin se ofrecieron premios en concesiones de tierras a aquellos que encontrasen rutas que permitieran la comunicación con dichos territorios. Como todos los estados posteriores a la Independencia, el estado costarricense buscaba de esta forma afirmar su soberanía e impedir que los estados vecinos llegaran a apoderarse de esas comarcas. Para ello era necesario integrar a los indígenas como “ciudadanos” sujetos a las mismas leyes que los demás habitantes del país, lo cual implicaba acabar con su cultura distintiva. Igualmente, las tierras habitadas por ellos, al ser consideradas “baldías” quedaron abiertas a la usurpación por parte de nacionales y extranjeros.

La situación de los indígenas en los territorios fronterizos al término del período colonial

6En Costa Rica colonial, la dominación de los españoles quedó limitada al interior del país y sus prolongaciones hacia los puertos del Atlántico y del Pacífico y las rutas que vinculaban Cartago a Nicoya, Nicaragua y Panamá. Dos grandes territorios quedaron al margen de la dominación colonial: Talamanca y Guatuso. Pero dentro del propio Valle Central la ocupación fue reducida. La escasa población inmigrante y los pocos pueblos de indios disponibles para los encomenderos limitaron la expansión del ecúmene hispánico.

7 La frontera comenzaba donde terminaba el ecúmene hispánico. El límite al norte, por el atlántico, lo constituía el agreste terreno que se extiende a partir de las laderas orientales de los volcanes Barva y Poás, hasta el río San Juan, límite con Nicaragua. La última población hacia esta región era el pueblo de indios de Barva. Estos últimos siempre mantuvieron comunicación con los habitantes indígenas insumisos de las regiones de las llanuras del norte. Por el lado del Pacífico, el dominio hispánico se mantuvo desde Nicaragua, pasando por la Alcaldía de Nicoya, banda oriental del Golfo (incluyendo lo que hoy día es Liberia, Cañas, Bagaces hasta Esparza).

8 La frontera hacia el sur quedó delimitada en la vertiente atlántica con los pueblos de misión de Orosi, Atirro y Tucurrique (de Tuis y Pejivaye, antiguos pueblos fundados por los misioneros, sus habitantes fueron llevados a Orosi). Por el lado de la vertiente del pacífico se mantuvieron los pueblos de misión de Boruca y Térraba, los que marcaban el límite con los pueblos de misión de los jesuitas, procedentes de Panamá.

9 En la región de Talamanca alternó la resistencia violenta contra el agresor español con la búsqueda de protección en los pueblos de misión de los frailes. Dados los trastornos provocados por las incursiones militares de los miskitos en busca de indígenas para llevarlos como esclavos a Jamaica, algunos trataron de encontrar protección en los pueblos de misión de los frailes e inclusive aceptaron trasladarse desde la vertiente del atlántico hacia la región del pacífico sur. Este fue el caso de los terbis, quienes desde finales del siglo XVII sufrieron las exacciones de las expediciones de captura de esclavos indígenas organizadas por los miskitos y sus socios mayores, los ingleses de Jamaica. Originalmente, los terbis ocupaban la isla de Tójar y territorios costeros de la región de la Bahía del Almirante, pero aceptaron trasladarse hacia Térraba y Cabagra. Aún en las primeras décadas del siglo diecinueve se presentaron grupos de indígenas en el Valle de Matina solicitando resguardo al Comandante destacado en dicho lugar.

10 En el pueblo de Orosi los frailes lograron establecer con relativo éxito su modelo de “pueblo de misión”, implantado en la misma época de manera exitosa en los confines septentrionales del virreinato de la Nueva España (México actual). El pueblo de Boruca, en la zona del pacífico sur, fue controlado por los frailes observantes. En los pueblos de Boruca y Orosi, los indígenas modificaron su cultura ancestral pero recrearon sus mecanismos de identidad con el fin de adaptarse a las presiones de la sociedad dominante3. En dichos pueblos muchos indígenas perdieron su lengua original y adoptaron el Castellano como lengua hablada comúnmente. Sin embargo, no puede afirmarse que tal situación constituyera una total pérdida de su identidad cultural pues mantuvieron su distinción del resto de la sociedad hispánica en su comportamiento.

11 Las regiones de Talamanca y Guatuso, durante el período colonial, constituyeron áreas de refugio para las poblaciones indígenas que no fueron sometidas a la dominación hispánica. En el caso de Guatuso no hubo mayor intervención de los hispanos, con excepción de dos entradas militares para capturar indígenas y llevarlos hacia el Valle Central y Valle de Matina, en 1640 y 1666 respectivamente. Por el contrario, Talamanca fue objeto de la constante intervención del poder español con el fin de expandir su control hacia las regiones del Atlántico y del Pacífico sur.

Salamanca

12Talamanca fue objeto de incursiones militares y de expediciones y fundación de “pueblos de misión”. El atractivo de Talamanca lo determinó su riqueza en productos, su cercanía a Portobelo (puerto atlántico de Panamá y centro neurálgico de las comunicaciones entre España y Perú), la existencia de supuestos yacimientos auríferos y el gran número de habitantes indígenas.

13 La historia de Talamanca está jalonada de episodios de rebelión indígena, tanto contra las expediciones militares como contra los frailes con su política de fundación de reducciones de población en los pueblos de misión. De esos episodios, el más violento y el que tuvo consecuencias en el mantenimiento de la soberanía indígena, fue la destrucción de la ciudad española de Santiago de Talamanca (cerca del actual Puerto Viejo, en Limón) en el año de 1610. Ese acontecimiento obligó a los españoles a retirarse a Cartago y olvidarse del proyecto de establecer un asentamiento en la región del Atlántico sur.

14 En el siglo XVIII dos rebeliones pusieron en retroceso el avance misional de los frailes recoletos de la orden de San Francisco. La primera, dirigida por los jefes Presbere, Comesala y otros líderes indígenas de Talamanca ocurrió en 1709. Como consecuencia murieron dos frailes, dos soldados y la mujer y el hijo de uno de ellos y se incendiaron las catorce capillas o pequeñas iglesias edificadas por los frailes misioneros. La “rebelión de Presbere” marcó el retroceso y estancamiento de las misiones franciscanas. No obstante, hacia mediados del siglo XVIII, los frailes nuevamente incursionaron en Talamanca, acompañados de columnas de soldados, e iniciaron el traslado de algunos grupos indígenas que habitaban cerca de la región de las Bocas del Toro (los Terbis o Térrabas) hacia la región del Pacífico sur. Con dichos indígenas fundaron tres pueblos de misión en este territorio: Térraba, Cabagra y Guadalupe. Después de la fundación de los dos primeros, en 1761, exasperados los indígenas que habían escapado a los traslados de los franciscanos, los “terbis del norte”, cruzaron la cordillera y cayeron sorpresivamente sobre los pueblos de Térraba y Cabagra. El primero se mantuvo, pero huyeron con los atacantes los 200 indígenas que habían sido concentrados en Cabagra.

15 Al llegar a término el período colonial encontramos que el sistema de misiones había cosechado éxitos a medias. Si bien en la región de Talamanca los frailes españoles tuvieron que retirarse, al menos mantuvieron los pueblos de Atirro, Tucurrique y más tarde Tuis y Pejivaye. Sin embargo, solo en el pueblo de Orosi pudieron los frailes desarrollar un verdadero pueblo de misión, es decir más cercano al ideal de pueblo promovido por el colonialismo misional. Este pueblo, que originalmente estuvo poblado de indígenas huetares, prácticamente se extinguió desde finales del siglo XVI. Pero a mediados del siglo XVIII fue repoblado con indígenas traídos de Talamanca. Gracias al control de Orosi, Atirro, Tucurrique y Pejivaye, los frailes franciscanos mantuvieron un pie en la puerta de entrada a Talamanca. A ese territorio ingresaban anualmente llevando diversos productos que eran bien recibidos por los indígenas. Mientras los frailes llevaban hachas, machetes, palas, reses, cerdos y perros con el fin de granjearse la confianza de los indígenas, estos obtenían aquellos productos que les eran de gran utilidad para sus labores agrícolas, así como completar su alimentación con un “hatillo de ganado”, es decir unas pocas reses, cerdos, así como perros empleados para cazar, animales que les suministraban los frailes. Sin embargo, el éxito misional no fue sino precario y al final, derrotados por la resistencia indígena que no permitió más que el desarrollo de un intercambio a fin de proveerse de dichos bienes, los frailes abandonaron Talamanca. Así los chamanes y guerreros indígenas lograron mantener su preeminencia en las sociedades indígenas en la medida en que defendieron los intereses de su gente. En este sentido, las diversas comunidades indígenas de Talamanca y Guatuso desarrollaron particulares mecanismos de defensa a fin de enfrentar la agresión proveniente del frente de colonización hispánico4.

El Pacífico sur

16En la región del pacífico sur dos pueblos lograron mantenerse como pueblos de misión: Boruca y Térraba. El primero había sido fundado desde el siglo XVII por los frailes franciscanos observantes, quienes estuvieron activos desde finales del siglo XVI y durante casi todo el siglo XVII. Por el contrario, Térraba fue fundado por los frailes franciscanos recoletos, los más activos en el siglo XVIII. Gracias a la existencia de una vía de comunicación terrestre entre Orosi y Térraba, Orosi constituía el punto de avanzada hacia el Pacífico sur y Talamanca. Orosi entonces era un puesto de frontera entre el ecúmene hispánico en el Valle Central y el territorio donde los frailes establecieron estos pueblos de misión. De esta forma Boruca y Térraba se constituyeron en los únicos pueblos indígenas donde los frailes lograron instaurar más firmemente su dominio. Los indígenas de Boruca inclusive ya eran capaces de recibir la doctrina en lengua Castellana, signo del alto grado de influencia cultural española entre los habitantes de dicho pueblo. Respecto de Térraba, si bien los frailes los controlaban, la única lengua hablada por los indígenas de dicho pueblo era el terbi.

17 En suma, al término del período colonial, la iglesia, por intermedio de la orden franciscana mantenía la presencia hispánica en los territorios fronterizos. Llegó la Independencia y no ocurrieron modificaciones de importancia en esos territorios. En 1829 el Congreso Federal dominado por los liberales decretó la extinción de las órdenes religiosas en Centroamérica, con excepción de la “nacional” orden de los Bethlemitas. Las parroquias a cargo de las órdenes religiosas debieron pasar a manos de clero secular. No obstante, dada la inopia de curas seculares, simplemente se mantuvo a los frailes a cargo de las parroquias de Orosi, Boruca y Térraba. Tal situación prevaleció hasta el año de 1846 cuando finalmente las órdenes religiosas tuvieron que poner término a su presencia en estas tres poblaciones. Se inició de esta forma una época de inestabilidad en esos territorios pues el estado designó a diversos sacerdotes para que se hicieran cargo de las parroquias, pero hubo años sucesivos en los que ningún sacerdote se hizo presente en tan lejanas parroquias. Tal situación solo cambiaría con la política desarrollada por el obispo Thiel, a partir de la década de 1880, de reforzar la presencia de la iglesia en las zonas fronterizas.

Los Guatusos de las llanuras del norte

18Los indígenas que asumieron la posición más radical y más de rechazo a los españoles fueron los botos o guatusos, quienes ocupaban un espacio territorial en las llanuras contiguas a los ríos Zapote y Frío, los que desembocan en el lago de Nicaragua y río San Juan. Este grupo adoptó la estrategia de evitar todo contacto con los españoles. Dicha posición se apoyó militarmente en el empleo de grupos de diestros flecheros, así como tender trampas a fin de enfrentar las incursiones de procedencia hispánica. Las descargas de los flecheros mataban al enemigo a la distancia, evitando así el combate cuerpo a cuerpo con los soldados españoles armados de fusiles y sables5.

19 A mediados del siglo XVIII, los misioneros recoletos también se interesaron por reducir la población de los indígenas botos. En esos años, se empezó a mencionar a estos indígenas con el nombre de “indios guatusos”. En 1750 el cura Pedro Zepeda se había internado en el territorio de estos indígenas por el lado de Tilarán, reportando la existencia de más de 500 ranchos6. En el año 1756, los frailes José Miguel Martínez y José de Castro ingresaron en este territorio con 18 soldados y oficiales, pero se devolvieron luego de encontrar evidencias de la presencia de numerosos indígenas hostiles a los españoles7. Varios de los participantes en dicha entrada mencionaron que estos indígenas vivían internados en la región de “la montaña de Guatusa”, pero que en verano salían para pertrecharse “de la fruta del coyol y algunas reses que pueden rapiñar”. También quedó evidenciado que indígenas de los pueblos de Barva y de Pacaca, con frecuencia ingresaban en la región y que entre los guatusos vivían indígenas ladinos, es decir, que procedían de los pueblos del Valle Central, pero que habían huido hacia esta región a fin de escapar del dominio de los españoles8.

20 En 1762 el padre recoleto Pedro de Zamacois entró con el cura de Esparza, José Francisco Alvarado, pero aparentemente no pudieron hacer contacto con los indígenas9. Entonces el padre fray Antonio Jáuregui, presidente de las misiones de Propaganda Fide y residente en el pueblo de Orosi decidió enviar a algunos indígenas del pueblo de Orosi a explorar dicho territorio10. Algunos años más tarde fray Tomás López determinó ir con indígenas de dicho pueblo, e ingresó por el sitio de Poás pero no pudo descubrir rastro alguno de los indígenas. Falto de provisiones se devolvió pero luego intentó penetrar cruzando por el volcán Orosi. En esta ocasión encontró una treintena de indígenas quienes le informaron que cerca de la cabecera del río Frío se encontraban cinco poblaciones de guatusos. En 1782 fray Tomás López llevó a cabo otro intento, ingresando por el volcán Tenorio. Permaneció en la región tres meses, donde descubrió tres ríos caudalosos, pero se vio detenido por numerosos pantanos, razón por la cual se devolvió[11]. Intrigado por los informes recibidos sobre los indígenas guatusos, el obispo de Nicaragua y Costa Rica, Esteban Lorenzo de Tristán , se decidió a explorar personalmente este territorio. Tristán se hizo acompañar por varios sacerdotes, entre ellos Francisco de Alvarado, cura de Cartago y fray Tomás López, cura del pueblo de San Francisco de Térraba. La exploración empezó el 20 de febrero de 1783. Luego de dos semanas de explorar el río, las embarcaciones localizaron una choza con tres pescadores, los cuales salieron huyendo. Aunque el fraile Tomás López les llamó, los fugitivos no le hicieron caso. Entonces decidió enviar una de las canoas con cuatro frailes río arriba. En una vuelta de la corriente sorprendieron a un indígena en una balsa quien, al ver a los españoles, saltó a tierra y escapó entre unas plantaciones de cacao. El fraile López lo siguió acompañado de tres intérpretes de Solentiname. Entonces el indígena empezó a gritar y al instante surgió un numeroso grupo de guatusos quienes atacaron con sus flechas a López y a sus acompañantes. Los intérpretes indígenas, aunque heridos algunos, lograron escapar, pero al fraile López no se le volvió a ver por lo que supone que murió a manos de los guatusos. Al enterarse de lo ocurrido, el obispo Tristán decidió regresar a Nicaragua y abandonar la empresa12.

21 Es probable que en las expediciones llevadas a cabo antes de la organizada por el obispo Tristán, los frailes hayan establecido contacto con otra tribu indígena, no propiamente de guatusos. En el siglo XVIII, en las llanuras de la vertiente norte de Costa Rica, vivían dos tribus distintas, una asentada en las márgenes del río Zapote y otra en las del río Frío y sus afluentes. Para los españoles ambas eran consideradas como una sola y las designaban con el nombre de guatusos. Pero en 1930, Conzemius demostró que estas tribus hablaban distintos idiomas, Rama (del grupo Chibcha-Arauco) la del río Zapote, en tanto la que habitaba en las cercanías del río Frío, hablaba la lengua conocida con el término de guatuso. Algunos investigadores consideran que los contactos anteriores al incidente de 1783 se efectuaron con los indígenas Rama del río Zapote, tribu hoy día extinta13.

Las zonas fronterizas y las poblaciones indígenas durante las primeras décadas del período republicano14

22Hasta mediados del siglo XIX no hubo alteraciones significativas para los habitantes indígenas que ocupaban los territorios fronterizos de Costa Rica. Se mantuvo la autonomía indígena en Guatuso y Talamanca, lo que fue en gran medida resultado de la falta de atractivo de dichos territorios para los habitantes del interior del país, los que eran pocos y apenas si comenzaban a ocupar diversas comarcas en la región del Valle Central.

23 En la década de 1820 el estado de Costa Rica incentivó con premios la búsqueda de rutas o caminos que permitieran el enlace de dichos territorios con el interior del país. Se buscó igualmente el otorgamiento de tierras. Pero poco fue lo que se logró en dichos años. Al principio hubo entusiasmo por abrir dichos territorios a la explotación colonizadora. Resultado de ello fue la organización de expediciones hacia las llanuras del norte.

24 A partir de la década de 1840, con la expansión del café en el interior del país todas las energías de los campesinos se volcaron sobre las tierras fértiles del Valle Central. En esta etapa, fueron los pueblos de indios del interior del país los que vieron perdidos sus predios y cercenados sus derechos heredados del período colonial frente al “ apetito voraz del capitalismo agroexportador15 ”. Al final del siglo XVIII, la población de Costa Rica se componía de unos 50.000 habitantes, en su mayor parte concentrados en el Valle Central. Su número era apenas suficiente para generar la expansión económica que se gestó en torno al café. Solo a parn los pueblos de indios del interior del país los que vieron perdidos sus predios y cercenados sus derechos heredados del período colonial frente al “ apetito voraz del capitalismo agroexportador15 â€