Ficha n° 2590
Creada: 24 abril 2011Editada: 24 abril 2011
Modificada: 07 mayo 2011
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Autor de la ficha:
Jordana DYMEditor de la ficha:
Karl OFFENPublicado en:
ISSN 1954-3891De Reino de Guatemala a República de Centro América: Un Periplo Cartográfico
- Autor(es):
- Jordana Dym
- Fecha:
- Marzo de 2011
- Texto íntegral:
1“Todos los gobiernos de todas las naciones han sentido la necesidad de las cartas geográficas”. José Cecilio del Valle, “Carta Geográfica”, 1830.
Introducción
2“Sábado 9 de julio: Apremiado por el deseo de procurarme un mapa de las delimitaciones de los cinco Estados recientemente establecidos, me fui a ver a Valle, la persona más llamada a ayudarme en este asunto; pero no fue pequeña mi decepción. Cierto es que se había hecho el deslinde por acto legislativo, pero aún no se había levantado un mapa para ilustrarlo. De suerte que tomamos uno de los de Arrowsmith que yo llevaba y trazamos en él con lápiz las divisiones”.
George A. Thompson, Narración de una visita oficial a Guatemala viniendo de México, (Londres, 1829). [Traducido por Ricardo Fernández Guardia, (Guatemala, Tipografía Nacional, 1927), pág. 100.] * Una vez lograda la emancipación en el primer cuarto del siglo diecinueve, los nuevos gobiernos de América Central convocaron asambleas constituyentes a fin de redactar sus estatutos fundamentales, nombraron enviados especiales para negociar con su antigua potencia imperial el reconocimiento de la independencia, y crearon documentos tanto políticos como jurídicos para divulgar sus reivindicaciones. Además, acotaron la extensión física de sus territorios en el texto de sus constituciones, y después encargaron el levantamiento de mapas de sus respectivas circunscripciones con desigual éxito, muchas demoras y posteriores conflictos vecinales. En general, el principio de uti posseditis significaba que los partidos y provincias coloniales pasarían a ser departamentos estatales dentro de las mismas entidades políticas. Aunque la transición parecía fácil en teoría, la definición final de las fronteras internas y externas se complicó en la práctica, debido a tensiones endógenas que provocaron la disolución de la República de Centro América en 1839, así como a disputas con México por Chiapas y Soconusco, con Gran Bretaña por Belice, y con la Gran Colombia por Panamá. En consecuencia, si bien el estadista José Cecilio del Valle señalaba en 1830 que “todos” los gobiernos “han sentido la necesidad de las cartas geográficas”, no es de extrañar que transcurrieran alrededor de veinte años desde las proclamaciones de independencia de España (1821) y México (1823) antes de que los países centroamericanos lograran publicar sus primeros mapas oficiales. Sin embargo, todavía en las décadas de 1820 y 1830 se observó un período de transición en la producción cartográfica desde el inicio de los reclamos limítrofes estatales y la aparición de los primeros mapas de los territorios y pueblos centroamericanos elaborados por ellos mismos. Durante este lapso de tiempo las representaciones geográficas producidas en el exterior, en gran medida basadas en la experiencia local y en la cartografía de la época colonial, ofrecieron tanto a los europeos como a los centroamericanos su primera percepción del istmo como una región integrada por estados nacionales y no por colonias. El mapa de Centroamérica de George A. Thompson del año 1829, publicado en las crónicas de su viaje por el istmo, es precisamente un documento cartográfico de esa naturaleza, pero es relativamente desconocido fuera de los círculos académicos. Grabado en Londres con base en la información y documentos recopilados por Thompson – primer delegado especial enviado por el gobierno británico a investigar sobre México y Centro América después de la independencia – esta representación de las nuevas entidades políticas refleja los conocimientos e intereses británicos y centroamericanos. El presente ensayo coloca dicho mapa en el contexto – o más bien contextos – de la cartografía británica sobre esta región producida en la década de 1820. Además, ilustra cómo los viajeros tomaban recursos de su país natal y de sus destinos en el exterior para elaborar sus cartas, y revela la frustración de algunos líderes centroamericanos ante sus productos.3Este análisis sobre la elaboración de los primeros mapas de la República de Centro América (1823-1838) se ubica en el marco de una línea de investigación relativamente nueva en la historia cartográfica. Un creciente número de investigadores situados dentro de esta corriente analítica, que emergió hace unas tres décadas, concibe los mapas como artefactos culturales e instrumentos de poder creados, usados e interpretados para reclamar, ordenar y controlar poblaciones, territorios y recursos. Esta perspectiva ha permitido superar el estudio empirista del mapa como un objeto “neutro”, científico o moderno, útil tan sólo para indicar el progreso y la mejoría de los conocimientos, o como medios técnicos para representar la ubicación de ciudades y volcanes, catálogos de recursos minerales, flora o fauna, trazar el curso de ríos, fronteras o límites internos, medir terrenos o representar la profundidad de bahías. J.B. Harley (1932-19911), cuyo trabajo dio un gran impulso a este tipo de análisis cultural de las cartas geográficas2, indica: “Lejos de funcionar como una simple imagen de la naturaleza, posiblemente verdadera o falsa, los mapas redescriben el mundo, al igual que cualquier otro documento, en términos de relaciones y prácticas de poder, preferencias y prioridades culturales3”. Los académicos Matthew H. Edney (Gran Bretaña/Estados Unidos), Christian Jacob (Francia), Francesc Nadal y Luis Urteaga (España), entre otros, han cuestionado la percepción del mapa como un producto objetivo, y en cambio proponen entenderlos como instrumentos subjetivos. Este enfoque cultural ha devenido en la corriente analítica más destacada e influyente en el campo de la historia de la cartografía. El mapa es considerado como un elemento de un proceso en permanente evolución, en el que participa no sólo el cartógrafo sino también el consumidor, quien reconstruye el documento cada vez que lo interpreta4.
4La revolución en los estudios cartográficos, desarrollada a partir de la valoración de esta fuente como artefacto cultural, ha cobrado auge en América Latina. En la década de los noventa surgió una nueva generación de investigadores formada en universidades norteamericanas y europeas, en los campos de la historia del arte, la literatura, la historia y la geografía. Sus estudios han generado una importante dinámica en los espacios académicos regionales durante los últimos diez años. Asimismo, en los años noventa el mundo anglófono descubrió un rico campo de investigación en la extensa herencia cartográfica iberoamericana. Con ello, se inició una corriente significativa de estudios que coloca a los mapas en el centro de proyectos imperiales y nacionales, desde la conquista hasta el presente. Incluye temáticas que atrapan la atención de los estudiosos extranjeros y nacionales, como por ejemplo los mapas de la conquista y del primer siglo del período colonial, las cartas elaboradas en Europa para mostrar el “Nuevo Mundo” al público del “Viejo Continente”, las relaciones geográficas y planos urbanos producidos para facilitar la administración colonial, así como los mapas imperiales y nacionales de los siglos diecinueve y veinte elaborados para describir y delimitar territorios políticos5. Dentro de estas pautas, destacan estudios sugerentes sobre la influencia indígena en la cartografía novohispana6, el desarrollo de la idea del “espacio” en su sentido moderno como producto de la exploración7, el análisis de la cartografía imperial y nacional de los siglos XIX y XX, desde las selvas de la Guyana donde se establecen hitos geográficos8 hasta el “fugaz” espacio de los cartógrafos militares del estado porfirista mexicano9. Héctor Mendoza y João Carlos Garcia demandan un “un nuevo estudio, una nueva lectura, una nueva mirada como figuraciones gráficas y, particularmente, como testimonios culturales, y no sólo como documentos técnicos o pruebas históricas10”. La respuesta a su convocatoria se observa a partir de 2006, cuando se institucionaliza la historia de la cartografía en Iberoamérica en el marco de simposios bianuales donde se reúnen investigadores a proponer “nuevos caminos” para entender “viejos problemas11”. En estas investigaciones se nota un fuerte énfasis sobre el proceso de conquista y colonización, el imperialismo y la administración, el desarrollo de un “geo-cuerpo” nacional por parte de entidades estatales, el mapeo de la ciudad y la urbanización. Asimismo, encontramos novedosas interpretaciones sobre las instituciones y prácticas, comprendidas en su producción, circulación y consumo12. Sin embargo, tanto en esta ola de estudios como en la producción anglosajona se percibe una notoria ausencia de cartografía “popular” o de entidades no estatales, tales como grupos económicos, terratenientes y caricaturistas. Por consiguiente, el mapeo por y para estos actores, ubicados fuera de los organismos estatales, aún constituye un campo abierto.
5En este ensayo analizo un mapa representativo del quehacer cartográfico de los viajeros – un tema poco estudiado por investigadores anglosajones y latinoamericanos. Los mapas abundan en las crónicas, relatos y testimonios13 de los viajeros de la época de los veleros, carruajes, vapores y ferrocarriles. En sus textos encontramos comentarios explícitos sobre la importancia de la cartografía como medio para crear, reconstruir, personalizar y definir los países recorridos. No obstante, pese al creciente interés de los estudios académicos y de la literatura en las crónicas de viajeros, rara vez se aborda el análisis de los mapas. En cierta medida, este fenómeno obedece a que el género de las crónicas de viaje como campo de estudio ha atraído a un mayor número de historiadores y literatos que cartógrafos y geógrafos. A menudo la apariencia tosca, incompleta y groseramente imprecisa de los mapas producidos para ilustrar los relatos, no provocan tanto entusiasmo entre los geógrafos como el que los textos e imágenes despiertan entre los estudiosos de la historia, la cultura visual y la crítica literaria. Incluso el excepcional y contundente análisis literario de Mary Louise Pratt titulado Ojos Imperiales [Imperial Eyes], sobre las crónicas de los viajeros del siglo XIX en América Latina y África, omite el estudio de su producción cartográfica en el contexto de los proyectos económicos, políticos y sociales de sus metrópolis. Sin embargo, Ángela Pérez Mejía sí nos invita a considerar el trabajo cartográfico de Alexander von Humboldt, así como el contexto geográfico de los escritos de los viajeros que visitaron América del sur en los “tiempos difíciles” del período independiente14. En cambio, otros estudios sobre los exploradores británicos sitúan los mapas, tanto oficiales como privados, en el contexto de sus considerables aportes a la historia imperial y cartográfica15, pero no en el de la historia de sus periplos y crónicas. Es posible que dicho enfoque analítico compartimentado sobre la base del género y la forma de la información – palabra o imagen – obedezca más a recientes tendencias académicas que a los intereses de los viajeros, pues estos últimos eran prolíficos en la elaboración de mapas e ilustraciones.
6El presente artículo tiene un doble propósito. En primer lugar, persigue la inclusión de los mapas dentro del conjunto de elementos que deben ser tomados en cuenta por los estudios literarios sobre las crónicas de viajes. El segundo objetivo es demostrar cómo un viajero de inicios del siglo XIX logró elaborar un mapa para comunicar una importante información cultural y, al mismo tiempo, representar una parte integral de la crónica de su periplo. Específicamente, me propongo señalar maneras de considerar la evolución paralela del contenido cartográfico, el texto y las imágenes, a fin de representar constantemente las preocupaciones imperiales y nacionales.
7 Uno de motivos que impulsó a las colonias españolas en América a buscar la independencia a inicios del siglo diecinueve fue promover las inversiones europeas. Los nuevos gobiernos recibían con agrado a los viajeros, sobre todo a comerciantes y diplomáticos, esperando que éstos reconocieran su soberanía e invirtieran en sus territorios. Desde la década de 1820, la presencia de estos “ojos imperiales” – entre los que se contaban muchos británicos – se hizo más frecuente y numerosa. Empezaron a explorar los nuevos países, sopesando opciones de inversión y evaluando el nivel de civilización (o la ausencia de la misma) en las nacientes repúblicas. Al igual que otros viajeros anteriores, traían consigo mapas ya publicados, y elaboraban nuevas cartas geográficas en el transcurso de sus recorridos. Su inclinación por la cartografía no era novedosa. Sin embargo, los viajeros decimonónicos procedentes de potencias imperiales no buscaban avanzar en la consecución de los objetivos científicos de los viajeros-académicos del siglo XVIII, tales como Charles-Marie de la Condamine y Alejandro von Humboldt, sino ofrecer información política, económica y geográfica para incrementar la comprensión de áreas que percibían como “desconocidas” y contribuir al auge del comercio16. En cierta manera, su misión se asemejaba más a la de Jorge Juan y Antonio Ulloa, tenientes de navío que llegaron a las Américas junto a La Condamine persiguiendo un doble propósito: trazar el arco del meridiano e investigar reportes de corrupción y abusos administrativos recibidos por la Corona española. Sus mapas de las plazas y costas de Hispanoamérica, basados en su propio trabajo así como en contactos con oficiales y científicos en el transcurso de su recorrido, fueron publicados en un informe de cinco volúmenes en el año 1748. Sus mapas ofrecían al público europeo un conocimiento geográfico sin precedentes en esa época, destacando la importancia y novedad de la minuciosa información política, económica y demográfica recopilada. Además, sirvieron de base para los viajeros cartográficos de la centuria posterior quienes, pese a su condición de extranjeros, también conjugaron información local con sus propias observaciones17.
8 George A. Thompson fue, precisamente, uno de estos diplomáticos y viajeros inclinados a la cartografía que visitó América Central en el período independiente. El informe público sobre su periplo titulado Narración de una Visita Oficial a Guatemala viniendo de México, es un relato optimista sobre su recorrido de dos meses por la nueva república centroamericana en 1825. Thompson partió de México, donde había llegado en 1823 como miembro de una delegación enviada por el gobierno británico para negociar un tratado comercial. Una vez concluida su misión, se dirigió a Centroamérica – recién separada de México – con el fin de explorar la posibilidad de establecer relaciones diplomáticas con la nueva república federal. El dominio del idioma castellano permitió al diplomático británico relacionarse e intercambiar ideas con las personas más sobresalientes del ámbito político, religioso e intelectual guatemalteco, entre los meses de mayo y julio de 1825. Cuando regresó a Londres, presentó un informe al gobierno británico recomendando la apertura de relaciones oficiales con el nuevo gobierno independiente. Posteriormente publicó una crónica sobre su viaje, dedicando catorce capítulos de la misma a describir en términos bastante favorables a la joven nación centroamericana. En los dieciocho capítulos restantes, describió las vicisitudes de su travesía desde México a Guatemala por el océano Pacífico, así como de su retorno a Inglaterra por vía del Golfo Dulce y Belice. Orientó sus escritos a un público interesado no sólo en la situación política sino también en las posibilidades de inversión económica en esta región ubicada “en la intersección de dos mares”, tal como subrayó en el título del mapa que encargó para el libro y colocó de manera prominente frente a su portada18. (Figura 1).
9El interés de Thompson en la geografía política y económica de la República Federal de Centroamérica no era casual. Antes de recibir su nombramiento diplomático había traducido los cinco volúmenes del Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América de Antonio de Alcedo (London: James Carpenter, 1812-15). En 1819, Aaron Arrowsmith (padre) publicó un atlas compuesto de cinco mapas grabados en diecinueve páginas entre 1802 y 1818 para acompañar dicha obra19. En el prólogo al primer volumen del Diccionario (1812), Thompson explicó que había trabajado con el cartógrafo para ofrecer una representación gráfica de los datos registrados en su libro. Pero, además, aseguró haber revisado y corregido la ubicación de cada sitio mencionado en el diccionario, tomando como referencia diversos mapas de Arrowsmith sobre América Septentrional, los Estados Unidos, las Indias Occidentales, México y América del Sur. Por consiguiente, Thompson y Arroswmith colaboraron para mejorar tanto el texto original como los mapas, aprovechando la riqueza de las exploraciones geográficas auspiciadas por la Corona española como los nuevos estudios topográficos para rectificar las distancias y mediciones. Thompson explicitó su preocupación por perfeccionar al máximo los volúmenes del atlas20.
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11Por tanto, no es de extrañar que Thompson decidiera modificar y actualizar el mapa que acompaña la narración de su viaje por Centroamérica en 1825. Aparte del valor intrínseco de la información que aporta sobre la nueva república, cabe destacar que el mapa creado por J & C Walker, con base en la carta anterior de Arrowsmith así como en los datos y documentos recopilados por Thompson, es un documento gráfico que conjuga esfuerzos tanto de centroamericanos como de extranjeros. Analicemos lo que el propio mapa nos dice. Su propio encabezado resulta muy interesante, pues retoma la proposición de Arrowsmith de 1826 sobre la territorialidad de “Guatemala”.
12¿Visitó Thompson sólo Guatemala, tal como se enuncia en los títulos del libro y el mapa? La respuesta es sí y no. El país que recorrió era la naciente República Federal de Centro América (1824-1838), integrada por cinco estados conformados por distritos de la capitanía general del período colonial, denominada también Audiencia de Guatemala: El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Guatemala21. Desde el siglo dieciséis y todavía en 1826 en el “Mapa de Guatemala” elaborado por Aaron Arrowsmith (véase Fig. 5), en las cartas geográficas se denominaba a toda la región usando el nombre de su capital colonial. Por tanto, es posible que Thompson decidiera conservar esta nomenclatura considerando que sus compatriotas ya estaban familiarizados con ella. Asimismo, permaneció la mayor parte del tiempo en la capital federal, la Ciudad de Guatemala, donde se reunió con diputados del congreso y los tres miembros del poder ejecutivo: José Cecilio del Valle, Tomás O’Horan y José Manuel de la Cerda. Como resultado, los títulos del libro y del mapa de Thompson reflejan un período de transición en la representación de la nueva nación, cuyo nombre oficial aún estaba en proceso de divulgarse en el exterior22.
13Al observar el mapa publicado por Thompson – dibujado por J & C Walker y producido en la imprenta londinense de John Murray, en vez de la casa editorial de la familia Arrowsmith – saltan a la vista dos elementos que recalcan los intereses del diplomático británico. Aunque también se encuentran reflejados en el título, ambos pueden leerse en la propia carta geográfica. En primer lugar, apreciamos las líneas de brillante colorido – rojo, amarillo y azul – utilizados para demarcar con firmeza las fronteras entre los cinco estados de la federación. En cambio, se emplean trazos grises para indicar el contorno de dos territorios en disputa: Chiapas, reclamado por México, y Belice por Gran Bretaña. Cabe señalar que el uso sistemático de líneas fronterizas para representar distintas jurisdicciones era una práctica relativamente nueva en la cartografía occidental. Aunque los imperios proclamaban derechos soberanos sobre determinados pueblos desde muchos años atrás, la demarcación de fronteras territoriales no llegó a ser una práctica común sino hasta inicios del siglo diecinueve, fomentada en cierta medida por las revoluciones en Europa y las Américas23. La importancia que Thompson (o su editor) otorgaba a los límites fronterizos se refleja en la decisión de resaltarlos mediante trazos en diversos colores, aunque este proceso aumentaba el costo del libro. Y, a diferencia de otros mapas anteriores, se usaban distintas tonalidades no sólo para ubicar distritos particulares, sino también para identificar el territorio de la federación como una entidad política separada de sus vecinos. En 1826, el texto se refería a México como un país distinto situado al norte de Guatemala, pero no mostraba la existencia de algún estado independiente en la frontera meridional de Veragua. Asimismo, al igual que el mapa de 1826 basado en otro original de Centroamérica, se concedía mucho menos atención al espacio topográfico de la república federal. Por ejemplo