Ficha n°101
BATRES Y NÁJERA, Diego
Cargo: Vicario capitular, provisor y gobernador del arzobispado de Guatemala (1829-1838).
Nació: 19 de septiembre de 1767, en Santiago de Guatemala.
Murió: 23 de enero de 1838, en la Ciudad de Guatemala.
Padres: Don Pedro Ignacio de la Cruz de Batres y Arrivillaga (1738 - 1774) y de María Lugarda de Nájera .
Resumen: Con esta rama del linaje González Batres nos acercamos prácticamente a la quinta generación de presencia de esta familia en la ciudad de Guatemala. Este Diego fue durante muchos años un auxiliar de la administración eclesiástica de la ciudad de Guatemala, antes de asumir la delicada función de vicario capitular, provisor y gobernador del arzobispado de Guatemala tras el destierro del arzobispo fray Ramón Casaus y Torres, en 1829. A pesar de su prestigiosa ascendencia, no parece haber sido un continuador del apellido y de la sangre de los González Batres, sino un hombre de su siglo con unas posiciones políticas, quizás más abiertas de lo que se podía esperar de un representante de una familia que encarnaba el viejo orden colonial. Es decir, no parece haber sistemáticamente jugado la carta de los conservadores, sino que solía adoptar unas posiciones intermedias que le permitieron ubicarse en una posición de poder que su grupo de origen, los Batres y Nájera, no le hubiera permitido tener. Dicho de otro modo, nos parece que el poder económico y social de su padre —quien era un terrateniente sin mucha relevancia y murió cuando Diego tenia apenas siete años de edad— no fue lo suficientemente dinámico para empujar su familia de origen hacia la cabeza de la sociedad guatemalteca. Toda la formación de los niños de Pedro Ignacio —eran seis hijos— recayeron en la persona de María Lugarda, quien seguramente fue apoyada por el canónigo Juan José González Batres y Arrivillaga, verdadero patriarca de la familia. Para afinar nuestra impresión, sería importante seguir de cerca a la viuda Lugarda quien manejó los caudales de la familia y no volvió a casarse.
Diego se educó por voluntad de su tío e ingresó en el Seminario Tridentino de la ciudad de Guatemala, en 1781, y se ordenó nueve años después, el 26 de septiembre de 1790. Gozaba de unas capellanías que le permitieron mantenerse en la casa de su familia sin desempeñar la cura de almas. Eludió este “problema de conciencia” poniéndose a disposición del obispo para servir la justicia eclesiástica y empezó a manejar de cerca sus bienes personales, como lo muestra muy bien la presencia regular de su firma en los libros de protocolos.
En 1796 el vicario capitular, Bernardo Pavón, le otorgó el título de promotor fiscal. Era entonces doctor en teología de la Universidad de San Carlos. Este mismo año, otorgó una escritura de obligación por 1.400 pesos, a favor del comerciante don Tadeo Piñol y Muñoz. Nuestro padre Batres dijo entonces que Tadeo Piñol y Muñoz había tomado en arrendamiento la Hacienda del Yncienso, de la Congregación de San Felipe Neri, la cual había pasado a él con el consentimiento de la Congregación, y teniendo hechas varias mejoras dicho don Tadeo, convino con Diego Batres en que la cantidad de 1.400 pesos quedara a cargo de éste, a renta pupilar por dos años que empezaron a correr desde el primero de mayo. A partir de 1803, Diego empezó a pensar que tenía que seguir adelante con su carrera y aprovechó de la presencia de su hermano, Juan Batres y Nájera, en España, quien era Guardia de corps de la compañía mexicana de la villa de Madrid, para otorgarle un poder general. Parece que no prosperaron sus gestiones en Madrid y tampoco tuvo éxito en México, donde intentó en vano vincularse con la Inquisición. Estos fracasos vienen a reforzar nuestra intuición de principio, es decir, ya la familia Batres no tenía, en la primera mitad del siglo XIX, el poder social y económico que había alcanzado durante el siglo XVIII. Sin que sepamos cuáles fueron sus motivaciones, decidió renunciar a su cargo de promotor fiscal de la curia, en 1810. Dos años después, fue electo rector de la Universidad con cinco votos y José Valdés solo obtuvo tres votos. Todas estas ocupaciones servían de justificación para seguir viviendo en la ciudad de Guatemala y evitar servir en las lejanas, y a veces calientes y peligrosas, parroquias rurales de Guatemala. En esta época el padre Batres compró un molino harinero a la familia Arzú. Esta finca, llamada Valdezon, estaba contigua al Pueblo de San Luis, en Sacatepéquez. Valía nada menos que 16.000 pesos, y estaba cargado con tres censos, uno de 10.000 pesos que había de reconocer al Hospital de Comitán, otro de 2.400 pesos que corría a favor del padre Hylario Palacios, y el tercero por 2.300 pesos a favor de la archicofradía del Santisimo Sacramento. El comprador al fin de cuentas sólo tuvo que entregar 1.300 pesos al contado.
El periódico El Editor Constitucional nos informa también que en septiembre de 1820, Diego Batres formaba parte de la Junta provincial de censura y que lo había sido igualmente en 1814. Se mantenía sin cargo de almas y sólo asumía la responsabilidad de administrar los bienes, como Hermano Mayor, de la Hermandad de Nuestra Señora de la Caridad, fundada en la iglesia Catedral de Guatemala. Por ejemplo, en 1813 abrió un juicio contra la testamentaria de don Cayetano José Pavón, por la cantidad de 2.000 pesos y sus réditos. En 1825 trataba de administrar más de 40.000 pesos y cobraba un sueldo de 400 pesos para hacer este penoso trabajo, que asumió durante mucho tiempo el padre Pablo José Jáuregui. Por fin, en 1828 recibió el título de cura interino de la parroquia del Sagrario y después fue cura de la parroquia de Nuestra Señora de las Mercedes al crearse ésta por decreto legislativo del 6 de diciembre de 1829. Diego vivió entonces en la Casa N° 46 del barrio de El Sagrario con su hermano Francisco, casado con Josefa Taboada, y dos de sus niños y dos o tres criados. Lo reducido de su grupo familiar demuestra que tenía entonces un nivel de vida que no correspondía con las familias de gran poder de la Ciudad.
Para finalizar ¿cómo se puede entender su decisión, en 1829, que lo llevó a gobernar la diócesis de Guatemala hasta su fallecimiento en 1838? Es una pregunta difícil que implicaría mayor investigación en el archivo eclesiástico para dar una contestación satisfactoria, sin embargo, pensamos que su actitud política se entiende a la luz de su vida social. Diego Batres era un cura pragmático, un administrador de buen nivel, un hombre prudente, poco sensible seguramente a las sirenas liberales, pero un hombre que tenía mucho más que ganar al colaborar con los liberales, y mucho que perder al pelear contra ellos... En los momentos mas difíciles de su historia, la Iglesia siempre pudo contar con estos hombres que supieron manejar la institución a pesar de todo.