Ficha n° 1301
Creada: 16 diciembre 2006Editada: 16 diciembre 2006
Modificada: 18 diciembre 2006
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Autor de la ficha:
Jean PIELPublicado en:
ISSN 1954-3891San Andrés Sajcabaja
- Categoria:
- Libro
- Autor:
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Sarah Grégoire
- Reseña:
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1Por fin casi reconciliada con ella misma después de dos generaciones en su corazón histórico (¡sin hablar de sus márgenes balcánicas o caucasianas!) la vieja Europa podría ser seducida por un inmobilismo conformista autosatisfecho. Sería olvidar con rapidez amnésica que esta península euroasiática es en definitiva solo una pequeña parte del planeta y de la humanidad, y que en el resto del mundo, de 1947 hasta los últimos conflictos que estallaron como consecuencia de la Guerra Fría en los años 1990, más de un centenar de guerras regionales suscitadas por las rivalidades de poderes imperiales han hecho sobre los otros continentes varias decenas de millones de muertos –entre otras en América Latina y más particularmente en América Central. En Guatemala por ejemplo, de 1954 ( fecha del golpe de Estado organizado por la CIA contra el Presidente reformista Jacobo ARBENZ ) hasta 1996 (año de los acuerdos de paz firmados entre las guerrillas y el ejército guatemalteco), se estima que la interminable guerra civil que asoló a este país habría matado a más de 200.000 personas, destruido más de 450 pueblos, deportado a un millón de personas (10% de la población total) y contribuido a destruir o esterilizar una gran parte de los cuadros intelectuales y asociativos que hubieran sido necesarios al desarrollo democrático de este país tanto tiempo bloqueado por sus herencias del Antiguo Régimen colonial (incluyendo el “apartheid” mediante el cual la población indígena ha sido oprimida desde hace 500 años).
2Ciertamente desde 1996 la paz civil volvió, en principio, a este país como al resto de América Central. Pero tan frágil y precaria, ya sea en Chiapas en 1999 o en Guatemala, donde se contabilizaban todavía en 2005 alrededor de 500 asesinatos de militantes indígenas, miembros de asociaciones o de derechos humanos (incluyendo un obispo), el todo en un trasfondo de situación social estancada, además del auge de la economía criminal o de la droga. Podemos entonces preguntarnos, en esas condiciones, si aquella parte de la opinión europea que se felicita tan ruidosamente del “regreso a la paz y a la democracia” en América Latina no expresa más su sentimiento de culpabilidad tercermundista que su información real acerca de la situación sobre el terreno –apresurada como parece estar de volver a su eurocentrismo fundamental. Pero, para el honor de Europa y de Francia, existen allí jóvenes investigadores que, escapándose de este conformismo “bien-pensante”, quieren ir más hallá. Entre éstos se puede incluir a Sarah Grégoire quien , luego de una estancia de un año en el corazón de una de las regiones las más martirizadas por la guerra civil guatemalteca entre 1980 y 1983, nos ofrece en la presente obra los resultados de su encuesta sobre el difícil camino recorrido por el pueblo indígena de San Andrés Sajcabaja desde el final de la guerra. En más de un aspecto, este trabajo es ejemplar. No tanto por estar libre de algunos defectos (aunque menores) sino por la calidad de su objeto de estudio y por su problemática.
3Su objeto de estudio: salvo el exterminio total de uno de sus adversarios por el otro, las guerras civiles no pueden terminarse sino por una transacción final en la que los enemigos de ayer deben aprender a sobrevivir y a coexistir en un mismo espacio común (los Alemanes y los Franceses en Europa después 1945, los Hutus y los Tutsis en el Rwanda tras…), sin importar cuáles hayan sido los odios acumulados durante la guerra. Pero la particularidad de este caso es que la mayor parte de sus víctimas no hacían parte de los combatientes que estaban en conflicto, sino de la población civil que fue atrapada o tomada como rehén por uno o otro campo. Los sobrevivientes deben entonces aguantar la cohabitación con sus antiguos verdugos y, más grave aun en el caso de San Andrés Sajcabaja, en el marco sumamente restringido de un pueblo donde el ejército guatemalteco y sus auxiliares indígenas (las PAC: Patrulla de Acción Civil) dejaron un balance de 1500 a 2000 muertos en una población total inicial de 30.000 habitantes, mediante torturas y ejecuciones sumarias.
4El “regreso a la paz” en esas condiciones permite comprender la escena a la que asistí en el 2004, en el mercado dominical del pueblo: un destacado responsable de la PAC local algunos años antes ofrecía ostensiblemente dulces y acariciaca el cabello de un pequeño indígena huérfano, cuyo padre había sido torturado por él mismo, por sospecha de simpatía con la guerrilla, en la iglesia colonial del pueblo, en ese entonces transformada en sala de interrogatorio (y en osario de los restos humanos). Se entiende entonces que, aunque enfocado hacia un caso muy particular –el de un pequeño pueblo de un pequeño país de América Central–, el estudio de Sarah Grégoire tenga un alcance que va más allá de este espacio restringido, y debería por lo tanto interesar a todos aquellos que se preocupen por las situaciones de salida de guerras civiles prolongadas en el mundo, las cuales desafortunadamente no escasean en estos últimos años.
Su problemática: sin embargo la presente obra no cae en el sentimentalismo de dolor ni tampoco en el indigenismo fácil. El objetivo de la autora no es hacernos llorar sobre lo penoso de ser campesino indígena y pobre en Guatemala (aunque en su capítulo sobre los antecedentes históricos nos explica muy bien los orígenes de esta tragedia: quinientos años de confinamiento de la casta indígena fuera de la nación, desde 1524, fecha del inicio de la Conquista colonial, hasta 1995, fecha del reconocimiento de los derechos indígenas), sino hacernos entender cómo el 80% de indígenas de la población de Sajcabaja, que la ideología dominante entendía hasta ese momento como “resignada o pasiva” o, de manera contradictoria, como “mentirosos o rebeldes”, pudo transformarse desde 1996, con la firma de los acuerdos de paz, en ACTORES conscientes, organizados y valientes de una cultura democrática en aquel pueblo. Por cierto, no hubieran podido lograrlo sin la ayuda activa de organizaciones nacionales (nuevos funcionarios, clero católico social, instituciones de derechos humanos y de los mismos pueblos indígenas) e internacionales (ONG, donadores escandinavos, delegados de la ONU). Para ser eficaz, esta ayuda internacional implicaba la existencia de instancias locales pertenecientes a la misma comunidad. La autora los encontró, en particular entre los afiliados a organizaciones de izquierda o de derechos humanos así como, lo cual resulta más relevante quizás, entre las mujeres (viudas de la guerra civil o madres solteras), e incluso entre los “retornados”, quienes tuvieron que huir de la represión hacia México y que regresaron después de 1996.5Parece evidente decir que, a pesar de los aspectos positivos, la situación sigue siendo frágil. La autora no pretende ocultarlo cuando enumera los obstáculos al desarrollarlo, aunque éste sea “duradero y auto centrado”. La pobreza de una agricultura de rendimiento mediocre, el analfabetismo mayoritario, los faccionalismos internos manipulados a escala regional o nacional por los funcionarios y políticos corruptos, la falta de perspectivas de desarrollo, la emigración hacia la capital o a los Estados Unidos, etc.: tantas razones para dudar que estos esfuerzos por construir una cultura democrática en San Andrés puedan encontrar soluciones en el ámbito restringido de este pueblo, cualquiera que sea la calidad y la determinación de los actores locales.
6Un ejemplo: a pesar de la importancia de los movimientos nacionales de defensa de los derechos indígenas, no vemos en el estudio de Sarah Grégoire que estos tengan por el momento otra consecuencia que una legítima reivendicación de un derecho que, aunque respetable, no parece ofrecer una respuesta relevante a los problemas mencionados anteriormente fuera, quizás, de un eco-etno-turismo simpático, pero de dimensión limitada. Así el mérito de este libro también es que no esconde que el regreso de la paz y la democracia en San Andrés Sajcabaja no ha sido un proceso ni acabado ni garantizado definitivamente.
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